Podríamos pensar que la serenidad es una condición psicológica donde hay ausencia de emoción, sin embargo, no es así. Se considera un estado psicológico apacible y sosegado, asociado a una experiencia de armonía, donde no existe perturbaciones, ni corporales, ni conflictos morales. La suavidad y tranquilidad que le rodean, la convierten en el perfecto centro del continuo entre emociones positivas y negativas.
La serenidad permite tener la claridad para ver y entender lo que ocurre, la ponderación para enfrentar situaciones y tomar decisiones sin el impulso de una emoción. La amabilidad y la cortesía caracterizan las interacciones de las personas serenas con otros, quienes le perciben y reciben con mucho agrado. Normalmente son sentidas como balsámicas porque en el trato con ellas, logra contagiarse esa paz y sosiego que ellas experimentan.
Si bien es un estado deseable, pocos logran experimentarla. Movimientos basados en filosofías orientales se encuentran promocionando la meditación, el yoga y otras rutinas que promueven la experiencia de este estado emocional.
¿Es posible que niños y adolescentes experimenten la serenidad, siendo seres de tanto movimiento y emociones? La respuesta es sí. Ciertamente, ser niño y adolescente hace proclive a la experiencia continua y con alta intensidad de todo tipo de emociones, sin embargo, no debería dejarse que estas opaquen o escondan los momentos de sosiego y serenidad, que sin duda los niños y adolescentes experimentan. Momentos que al respetarse o promoverse, van haciendo en ellos natural y cercana la experiencia.
Desde pequeños los niños pueden manifestarse serenos en su cuna, entretenidos mirando algo, o cuando están jugando concentrados, viendo televisión o escuchando música. Son momentos que debemos dejarles experimentar con privacidad y no intentar cambiar la situación o interrumpir porque es “raro” que no estén haciendo ruido, o riéndose a carcajadas o pegando gritos. Eliminemos las expresiones de desconfianza hacia sus momentos de tranquilidad que son normalmente, una expresión de serenidad emocional. Comentarios como: “umjuuu… que raro es que estés tan tranquilito/a. ¿Te sientes mal? Algo estarás tramando…”. Si tenemos dudas ante sus silencios y no los tenemos a la vista, busquemos saber dónde están y asegurémonos que están bien solo mirándolos, pero, si los tenemos a la vista, permitámosle vivir esa experiencia sin perturbación ni interrupciones.
Otra manera es estimulando estos momentos dentro de la vida familiar. Tengamos amaneceres sin mayores ruidos, es decir, donde la TV o la radio no se “despierten” juntos con nosotros. Eliminemos los tonos estridentes al hablar y por supuesto los gritos. La casa puede tener momentos de silencio o de una música suave de ambiente. Silencios cuando se descansa o se trabaja. Cuando tenemos niños pequeños, los baños relajantes de agua tibia y esponjas suaves para frotar el cuerpo, son excelentes aliados en la promoción de la serenidad debido a las satisfactorias sensaciones que brindan al cuerpo. También, el tumbarnos con ellos al piso y poniéndoles una pequeña almohada o peluche sobre su estómago, podemos enseñarles la respiración pausada, para mantener el muñeco o la almohada sobre su cuerpo sin caerse.
Por supuesto, la serenidad es una conducta que debe ser parte del repertorio conductual de los padres y de la dinámica familiar. Se aprende también por modelaje, siendo más fácil para los hijos seguir el ejemplo, pero si no es así hasta el momento, señores padres, nunca es tarde para comenzar.
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