Venezuela: un país que muere a oscuras | La Nota Latina

Venezuela: un país que muere a oscuras

Caracas. Domingo. Media tarde. Intento escribir sobre el apagón histórico que vive mi país desde mi celular. Como cronómetro me guía el tanto por ciento de la batería. Se fue la luz hace un par de horas y no sabemos a ciencia cierta cuando regrese. Son varios los días y las noches.

Incomunicados. Así estamos. Sin luz no hay vida. No hay agua, no hay transporte, no hay comercio ni vida laboral, no hay vida. En el encierro obligado con la poca luz que brinda una vela intento cocinar. Condimientos que se esparcen a ciegas, esperando que al menos sepan bien. Ninguna noticia de la familia. Sigo picando verduras. ¿Cómo estarán? Hace más de 72 horas que no tienen luz. Barquisimeto, en tinieblas, fue lo último que supe de mi tía. El centro comercial, que dispone de planta eléctrica, habilitó un área para recargar los celulares. Largas colas de vecinos apuestan por un poco de batería, al menos para reportarse. Le quedaba poca agua potable.

Mientras la sopa va andando reviso mi Whatsapp por donde veo los reportes de otros amigos y colegas conectados. Mensajes que hablan de una crisis eléctrica sin precedentes, pero imaginable, porque son años de descuido y robo al erario público. Nunca se hizo mantenimiento a los equipos existentes.

Recuerdo a los «bolichicos», los niños de cuello blanco y familias adineradas, egresados del IESA, a los que el difunto Chávez les encomendó repotenciar nuestra industria hidroeléctrica y que hoy viven a cuerpo de rey en Europa con los fondos que iban destinados a evitar el colapso que hoy vivimos. Mentadas de madre pasan por la mente.

Bajo la llama para dejar que el fuego haga lo suyo. Vecinos regresan de la odisea de ir de compras. Largas caras y piernas cansadas, entre ellos mi hermano que se asoma por la puerta con las manos vacías. Escaleras que se hacen pesadas cuando no se pudo comprar nada porque no pasaban tarjetas de ningún tipo y el panadero colgaba un papel con este letrero:  «solo efectivo en bolívares, dólares o euros».

Venezuela: un país que muere a oscuras

Mientras la comida va andando, pienso en la gente. ¿Cómo estarán en los hospitales y las clínicas? Se oyen ambulancias a lo lejos. Leo en Twitter los mensajes denunciando la muerte de familiares y amigos que por falta de luz no pueden ser atendidos.

En la Avenida Victoria de Caracas protestaron y entre las consignas pedían sacar a los enfermos de los hospitales porque no hay quien atienda. No hay metro, no hay gasolina, no hay transporte ni público ni privado que lleve al personal.

Padrino López salió a la calle y de nada le valió el uniforme ni su cargo  ministerial: fue abucheado e insultado. No le lanzaron tomates ni huevos. La carestía es de máximo nivel. Le llovieron maldiciones, bien ganadas por defender lo indefendible. La tesis del sabotaje no se la creen ni los empleados públicos que, a falta de metro, les dejaron con su marcha antiimperialista y su cuento rayado. Le valieron madre las amenazas de despido. ¿A quién botarán si hay ola de renuncias desde hace dos años? Prefieren quedarse en sus casas y solventar como puedan sus vidas, sus propias crisis personales.

Mientras sirvo la comida, bendigo porque no sé a donde mi país va a llegar. Hoy puedo cenar, mientras hay muerte, desesperanza y hambre en otros hogares. Oigo a la niña de mi vecino llorar. Está enferma. Recogen sus cosas para irse a casa de un familiar. Solo quedamos dos familias en mi piso.

En Maracaibo los colectivos atacan a tiros a quienes protestan. Me escribe una amiga y me pasa el video. No consigue comida. Locales cerrados. No sabe que darle a sus hijas.

Es el mismo patrón de Cuba, así se impuso Fidel Castro, mareando a la gente con sus acciones desmoralizadoras. Ese es el fin: matarnos de hambre y de esperanza. El G2 sigue dando órdenes a diestra y siniestra. Mientras los tesoros de Venezuela son saqueados, la muerte es la consigna que grita con dolor un pueblo que agoniza en el silencio de una noche a oscuras.

Miro por la ventana de mi cuarto. El Ávila ennegrecido. No se distingue el cerro de Petare. Me viene el recuerdo de El Caracazo. Si se compara con hoy, por casi nada las hordas de gente bajaron a protestar y saquear. No tenían idea de que hoy engrosarían las filas de caminantes que deambulan por América Latina y que dejan perplejos a ACNUR. Petare ya no es un pesebre luminoso. Ni una luz. Nada. No bajarán. No hay voluntad. A diferencia de 1989, hay un gobierno armado hasta los dientes con amplia y sobrada experiencia en masacres.

Fotos: twitter

Victoria Fernanda Mendoza
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