Violeta cierra la puerta con calma, sigilosamente. Atrás quedan sus hijos aún dormidos, su padre ya anciano recién levantado y su madre, quien la despidió con un café guayoyo, más aguado que otra cosa. Inicia un día, una jornada de trabajo, ataviada con ropa de guerrera, franelilla ajustada, leggins apretados que le marcan la figura y sandalias de cuero (la imitación perfecta de plástico). Un bolso grande de tela en color fucsia le baila entre espalda y cintura, claro está a esa hora está vacío.
Violeta se pregunta si metió todo. Va armada con otras bolsas de tela, bolsas oscuras que no brindan transparencia. Camina hacia la esquina donde se encuentra con Amanda y su hija adolescente. Todas se preguntan si metieron las cédulas, las del día. Amanda camina a paso raudo marcando el ritmo con comentarios sobre la ruta de ese día. Mentalmente Violeta recorre cada uno de los sitios del camino a emprender.
Empiezan por la farmacia más lejana, la que abre a las 7 de la mañana, averiguan con el guardia, del cual ya se han hecho amigas. Violeta lo saluda y le entrega un paquetico de galletas dulces, para que se anime y le suelte el dato que tanto necesita y el hombre animosamente le dice que se enfile, que la carga llegó en la noche y está todo allí. En lo que abran las puertas del local podrán efectuar la primera compra. Y la conversa se centra en saber qué habrá: detergente de ropa, champú y enjuague para el cabello, cepillos dentales, pañales, leche en polvo y otras cosas más. Violeta anota mentalmente. Amanda sonríe y le dice: Listo, así llamamos a Susana y la surtimos. ¿Y habrá toallas sanitarias? Le grita al hombre, que simplemente sonríe.
Foto: maduradas.dot.com
Violeta voltea con la mirada triste y se recuerda de otros tiempos. De cuando su papá iba a la farmacia con ella y le daba por el codo, incitándola a ella a buscar su ‘paquete’, demasiado hombre se creía para pedir toallas sanitarias. En la fila, más de un hombre le hacía la misma pregunta al guardia. Y ante la respuesta, llamaban o escribían mensajes de textos a las mujeres de la familia para que ‘bajaran’ a comprar.
Salieron temprano con la carga. Se despiden de los ‘conocidos’ de la cola. Caminan veloces hacia la siguiente parada, un supermercado en donde una vecina las espera, le entregan un paquete de la tan preciada carga como pago por el favor. Y allí las tres esperan una larga hora para comprar la siguiente tanda de productos. Al salir, desembolsan y arreglan en bolsas grandes de tela con cierres. Contabilizan la carga, anotan mentalmente, ya todo tiene destino, los rostros de cada uno van cayendo con un precio y un ‘a ver si se acepta’. Amanda dice: Y qué paguen en efectivo.
En la cola asoma una joven con un termo de café y agua de manzanilla, mientras otra va ofreciendo pastelitos. Violeta se pregunta si habrá de carne molida, pero no, son sólo de queso. Por el precio, no hay más que eso. El tentempié les ayudará. Al salir iniciarán la caminata hacia otros locales, buscarán más productos, irán a cuanto abasto vean. Harán pesquisas, se encontrarán con ‘amigas’ de colas anteriores. Mejor que tengan energías para emprender la jornada.
Atrás quedaron los días en que Violeta iba a su trabajo, en una oficina. Era secretaria, atendía con una sonrisa inmensa a la gente. Se vestía con un uniforme azul de pantalón y chaqueta. A la blusa blanca le agregaba una pañoleta colorida que su jefe le había regalado, de un viaje que hizo a Madrid. Sus tacones la hacían ver más delgada y caminaba contorneándose por toda la oficina. Su sueldo era el mínimo, pero no había quejas, podía mantener a sus dos niños y su familia. La empresa la ayudaba a estudiar en un instituto nocturno. Estaba muy decidida a salir adelante, superándose.
Al cerrar la empresa, todos –incluyendo su jefe- se quedaron sin empleos. Violeta emprendió lo que tantos venezolanos descubrieron como modo de vida: el bachaqueo. Aunque no le agrade la vida de bachaca, está clara. Violeta tiene una agenda con rutas, conexiones en cada lugar que la datean, en su celular está una lista de ‘clientes’ y al final de la semana saca la cuenta. La ganancia le permite seguir viviendo un estilo de vida que antes era ‘lo normal’. Mientras, en su corazón aún guarda una esperanza, el deseo de regresar a trabajar en una oficina y seguir estudiando. Calladamente observa a su amiga Amanda y a su hija quinceañera que dejó los estudios y se pregunta si ese será el destino de sus hijos, ser bachacos como ella. Solo silencio y un largo suspiro.
Evelyn Navas
@EcnaproAsesoria
Fotos: maduradas..com/www.laiguanatv.com
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