Tokio 2021: La 700a olimpíada | La Nota Latina

Tokio 2021: La 700a olimpíada

Esta semana, el día 24, obligadas por la inmisericorde crisis del coronavirus, las autoridades japonesas y las del Comité Olímpico Internacional tomaron juntas una decisión inédita en la historia del deporte: posponer los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, previstos para el 24 de julio de este año, hasta el verano del año que viene. Aunque ya en otras tres ocasiones el gran evento mundial ha debido sacrificarse por causa de las locuras del mundo, esta es la primera en que no se lo cancela sino que, afortunadamente, tan sólo se lo posterga. Esta vez, paradójicamente, el enemigo no es un dictador ni una guerra sino un desconocido infinitesimalmente pequeño cuyo hábitat es el mundo entero.

La Historia detrás de los Juegos Olímpicos

La última vez que se rompió el hilo atado por Pierre de Coubertin en 1896 fue en 1944, cuando los XIII Juegos Olímpicos tenían que realizarse en Londres, pero en ese momento el Reino Unido —y con él los Aliados— estaba zambullido en la labor de echar a los nazis del lado oeste de Europa y ganar la Segunda Guerra Mundial. Contradiciendo el espíritu olímpico promovido por Coubertin —y también el de los antiguos griegos—, la guerra no se detuvo para presenciar los juegos y menos aún para participar en ellos. Se dio por perdida esa oportunidad para miles de deportistas y en lugar de contar historias afirmativas del espíritu humano, el mundo —o más bien sus líderes— prefirió concentrarse en el conflicto y en la muerte.

La ocasión anterior fue cuatro años antes, en 1940. Los XII Juegos Olímpicos iban a tener lugar en Tokio, y todo iba bien encaminado hasta que en 1938 Tokio renunció a albergar la sede por causa de la Segunda Guerra Sino-Japonesa, que se había iniciado en julio de 1937. La contienda terminó días después que la Segunda Guerra Mundial, a la que Japón se había lanzado también al final de 1941 atacando Pearl Harbor. Es decir, Japón estaba demasiado ocupado en adorar al dios Marte como para seguir preparando un evento que no se sabía si se podría inaugurar en los imprecisos dos años siguientes. El Comité Olímpico escogió entonces a Helsinki, que comenzó a apresurarse para completar el desafiante cronograma de cuatro años en apenas dos, pero en septiembre de 1939 Hitler, confiado en la fidelidad de la Unión Soviética, ordenó invadir Polonia. Y no íbamos a parar la fascinación de Hitler, ahora que había alcanzado el pináculo de su gloria, para ir a ver a unos muchachos de secundaria corriendo y saltando en una pista ovalada.

Fueron 12 años sin Juegos Olímpicos desde 1936, cuando la fortaleza atlética del estadounidense Jesse Owens había pasado por delante de las promesas del atletismo alemán para llevarse a casa cuatro medallas de oro. En la última competencia, Hitler huyó del estadio para no dar la mano a un atleta extranjero y, además, negro que, sin embargo, derrotaba ostensiblemente su absurdo de que la raza aria era superior a las demás.

En 1936, además, Owens y su único competidor importante, el alemán Lutz Long, hicieron resplandecer el espíritu olímpico por encima de las diferencias ideológicas y la situación política, al convertirse amigos durante las Olimpíadas. Long, según el relato del propio Owens, incluso le dio en plenas competiciones consejos que le permitieron desplazarlo al segundo lugar. Después del evento, el muchacho de Leipzig y el de Alabama, nacidos ambos en 1913, siguieron siendo amigos y son considerados héroes, mientras que Hitler…

La guerra había sido también el motivo por el cual las Olimpíadas de 1916, que albergaría justamente Berlín, fueron canceladas. Para ese año, la Primera Guerra Mundial, iniciada en 1914, sencillamente ya estaba demasiado avanzada y no terminaría antes de noviembre de 1918. Imposible, mejor era destruirse.

Sin embargo, la interrupción más importante fue la anterior a la de 1916. También fue la más triste porque fue la más prolongada en el tiempo: desde el 393 hasta 1896; 1.503 años estuvimos sin Juegos Olímpicos. Habían sido prohibidos en febrero del 380 por el emperador romano Teodosio (347-395) mediante el Edicto de Tesalónica, que además de proclamar el cristianismo como religión oficial del Imperio Romano y proscribir las demás, condenaba todas las prácticas paganas, especialmente las de origen helénico, entre las cuales estaban los juegos de Olimpia y otras ciudades.

Al final del siglo XIX, gracias al descubrimiento de la ciudad de Olimpia, creció mucho el interés por aquella tradición olvidada que, sin embargo, había acompañado al pueblo griego durante más de mil años y le había enseñado el ideal de la suma armoniosa de cuerpo activo y mente talentosa, de músculos sanos y espíritu noble. Las Olimpíadas traían, además, una tregua sagrada (u olímpica), que todos debían y deseaban respetar, en todas las actividades del imperio. ¡Todas! Existían severas sanciones para quienes la violaran y esto se convertía en un deshonor mucho mayor que el de perder la ciudadanía griega. No eran solamente los atletas y los jueces quienes debían jurar durante la ceremonia de apertura (como se hace ahora), sino que sus familias, las autoridades de la ciudad-estado de donde procedían e incluso el público que asistía por miles a las competencias.

La prohibición del evento decretada por Teodosio terminó con más de mil años de puntual celebración de los valores de superación humana, de amor a la educación, de apego a las reglas y tolerancia (aunque fuera momentánea) a las diferencias entre los pueblos. Fueron estos los ideales que guiaron los esfuerzos del barón de Coubertin durante una década en la cual insistió ante todas las tribunas para crear los Juegos Olímpicos de la Era Moderna.

En suma, hace 2.800 años, no era posible —no lo era hace 124 siquiera— imaginar que un organismo microscópico pudiera tener tanto poder como para que se postergaran las competiciones olímpicas, que en aquella época eran ineludibles: no podían detenerlas ni la guerra. Hoy, sin embargo, la crisis del coronavirus nos depara un ajuste que parece simple pero que en realidad representa algo así como la corrección de un error matemático. De no haber habido tales interrupciones, a causa del cambio de la numeración de los años antes a después de Cristo, las Olimpíadas se celebrarían en años impares, de modo que en el 2021, cuando se inauguren los juegos de Tokio, asistiríamos, en el año preciso en que le correspondía, a la 700a edición de los Juegos Olímpicos desde aquella primera victoria de Corebo de Élide en la ciudad de los dioses.

Lo único que debemos hacer para llegar con bien a esa fecha es lavarnos las manos, encerrarnos en casa y rogar a Dios que la vida nos acompañe hasta entonces.

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