Los poemas permiten la máxima expresión del yo interior, de aquel misterioso sentimiento que quiere mostrarse y sensibilizar a los demás. Cada uno tiene diferentes tiempos de espera frente a la muerte, si es que la espera o le importa. Ésta llega cuando menos la imaginamos, o cuando se la espera o más se la necesita. Para todos, la función de cada vida tiene hora de término. Lo finito vuelve al seno de lo infinito. La muerte llega a buscar lo suyo, mientras no llegue, la vida resiste y busca su plenitud, y uno le dice “déjame tranquilo”, todavía no es tu tiempo, si es que tienes tiempo.
¿Tendrá luz la muerte?
A menudo me pregunto
si la muerte tiene luz
y el calor me pueda acoger,
por el momento
sigo en mi página.
Polvo seré, ninguna sorpresa,
en algún instante
el rayo caerá sobre el árbol
quedará el aire después de la última palabra.
El cielo se habrá hundido.
La ventana ya está algo abierta,
las hojas se van secando,
las ramas están más quietas.
El silencio va uniendo puntos
con un derrotero fijo.
La curva de la espalda da fe de ello.
A la noche la despierta el día,
las pesadillas quedan en calma.
El sol está tan brillante. Repaso las costuras
Y la tensión del arco de la existencia.
Las palabras están más cercanas al corazón,
se ha dicho casi todo.
La fascinación sigue colgada de los párpados,
Aún el tiempo de sonrisa.
En el paisaje estrellas rutilantes, balbuceos amorosos, collage
de sorpresas, agujeros con dulces, caricias al tejido seco, páginas encendidas, sanando las omisiones, huesos que crujen con el nuevo sabor.
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