El miércoles pasado le compré a mi hijo un Lego Transformer Optimus Prime como anticipo de su próximo cumpleaños en abril. Nos sentamos en la sala y lo armamos, pero como siempre, la alegría de mi hijo se convirtió en frustración cuando el bendito muñeco se le desbarató en las manos.
Una vez más ignoré el aviso de la caja que decía: Edad 6 a 12 años. Podía escuchar la voz de mi marido diciéndome, “Esto es para niños más grandes. ¿No leíste la caja?”. En medio del llanto, le prometí arreglar el muñeco mientras él iba con su Papá a la clase de taekwondo.
Me quedé sola en la casa y me vestí de paciencia para re-armar el Transformer. Aquí en secreto, me encanta armar juguetes de Lego y por eso se los compro a mi hijo, son mi terapia ocupacional. Sin embargo, este Lego en particular, se seguía desarmando cuando lo transformaba de camión a robot y viceversa sin importar la precisión con la que ponía las fichas.
“Desesperada, me monté al carro y me fui a la tienda a comprar Super Glue. Si de casualidad han visto la película de Lego, sabrán que mi identidad secreta es el villano Lord Business que quiere pegar todas las fichas de Lego para que los niños no puedan construir nada nuevo”.
Llegué a la casa y pegué el desgraciado muñeco—y de paso dos de mis dedos—a la perfección. Cuando llegó mi hijo se puso feliz y jugó con el Optimus el resto de la noche sin pelear ni llorar.
Sé que estoy malcriando a mi chiquito comprándole tantos juguetes, pero me hace feliz ver la carita de emoción y escucharlo preguntarme, “¿Juegas conmigo Mami?”, así terminemos agarrados de las mechas a los pocos minutos.
También sé que algunas veces le compro juguetes que no son apropiados para su edad, pero hay muchos otros en el mercado que son un fraude. Los fabricantes de juguetes ponen grupos de edades absurdos en las cajas de los productos, tales como “6 a 18 meses” o “1 a 3 años”.
Luego de haber sobrevivido las etapas de lactancia y primera infancia, puedo decir con autoridad que los meses en la vida de un bebé y los años en la vida de un niño pequeño, tienen entre éstos un abismo de desarrollo mental y sicomotor.
Recuerdo que cuando mi hijo tenía ocho meses, le compraba juguetes del grupo de 6 a 18 meses y si no le llamaban la atención, se los guardaba para más adelante. Sin embargo, ninguno de esos juguetes sobrevivió a los 12 ni a los 18 meses y terminé donándolos. Me da tanta lástima haber gastado dinero que habría podido ahorrar para su universidad o para hacerme un manicure semanal.
“Por ésta razón, creo que esos grupos de edades son técnicas de mercadeo para atrapar a mamás como yo, las cuales, cuando compramos un juguete, soñamos con unos minutos de libertad para ir al baño solas o disfrutar un café, así sea frio”.
Qué diera por visitar cualquier fábrica de juguetes y conocer al equipo creativo. Me encantaría saber si alguno de ellos es papá o mamá, o si fueron traumatizados en la niñez. Hay tantos juguetes en las tiendas que parecen un acto de venganza, como los carros de control remoto con sirenas ensordecedoras o cualquier otro juguete ruidoso que si mis perros pudieran hablar gritarían, “¡Sálvese quien pueda!“.
En fin, me encantan los juguetes de mi hijo especialmente los Lego–excepto cuando piso las fichas descalza–y los seguiré comprando tanto para él como para mí. Eso sí, me aseguraré de tener siempre Super Glue a la mano.
@MiVidaGringa
info@xiomaraspadafora.com
Gracias por leer y compartir.
- La voz de la chicharra, un cuento de Xiomara Spadafora - abril 27, 2020
- Teletrabajo: ¿Cuál es su verdadero reto? - abril 1, 2020
- Coronavirus: ¿Cuál es la naturaleza del miedo? - marzo 17, 2020