En algún momento, cualquier especialista en coaching dirá “quita el no de tu vida, enfócate en lo que quieres y olvida lo que no te gusta”. Yo, con todo respeto, señor erudito de la mente humana, discrepo en toda regla de su afirmación.
Una tarde de verano, hace casi un año, una amiga, de personalidad dura, tajante y muy fuerte me dijo que tenía que decir no a las situaciones y/o personas que de una u otra forma eran tóxicas en mi vida y que, en definitiva diera paso a las circunstancias que me llenaban de fuerza y vigor.
En el camino de la soltería, tema del que venimos hablando, te das cuenta que las expectativas de vida – en pareja – cambian a medida que evolucionas socialmente, es decir, mientras te haces más viejo. Comienzas a cambiar hábitos, gustos e incluso manías. Seguimos siendo los mismos, en forma y diseño, pero en esencia nos convertimos en un fondo que muta de acuerdo a nuestras realidades.
Un claro ejemplo es aquella mujer que luego de soñar toda la vida con la casa de la pradera gallega, los perritos y el niño mimoso, se da cuenta que esa utopía era más bien: la casa que hay que limpiar del polvo, los pelos del perro y el niño con una malcriadez digna de análisis psicosocial. Allí entiende que quizás su visión de la realidad en este momento se diferencia de aquella cuando tenía 15 años, e incluso cuando tenía 28.
Reconzco lo que no quiero
Pues así mismo descubrimos que nuestros gustos van mutando y variando, quizás no drásticamente, pero cambian al fin y al cabo. Sin embargo, nuestros valores, esos que van amalgamados a nuestro ADN no mutan. Ellos siguen intactos día a día, entonces; ¿no crees que es mejor saber lo que no quieres en la vida? De este modo sabrás qué cosas no puedes negociar. Al fin y al cabo, una pareja es una empresa en la que ambos invierten un capital y un trabajo diario para ver frutos.
Debo destacar que no se trata de centrar nuestra atención en lo negativo, sino descartar lo que de antemano sabemos que no es negociable. Les cito un ejemplo: yo, en mi condición de soltero, criado en Venezuela y residente en España, no entiendo – ni me importa entender – las pseudoparejas abiertas y/o liberales. Entonces, ¿por qué si alguien me ofrece mantener un affair en el que la libertad sexual de ambos no se ve coaccionada y el nivel de compromiso es similar al de los matrimonios de JLo, yo debo plantearme la situación?
Allí entra lo que muchas veces he llamado consciencia y me digo: “de verdad muchacho, si tú eres celoso y además te encanta la exclusividad, ¿te vas a montar en ese avión que hace escala en cada ciudad?”; lógicamente debería decir NO, no me subo; sin embargo, la juventud y la inocencia – para no llamarle estupidez- me hicieron subirme en el avión del que pronto saldría con un chaleco salvavidas.
Juventud: divino tesoro, divino tormento
Admito que en algún momento, cualquier especialista en coaching dirá “quita el no de tu vida, enfócate en lo que quieres y olvida lo que no te gusta”. Yo, con todo respeto, señor erudito de la mente humana, discrepo en toda regla de su afirmación.
Yo prefiero ceñirme al Dalai Lama, quien en una conferencia en Estados Unidos dijo: “Fear is the destroyer of a calm mind” (El miedo es el destructor de una mente en paz). Es increíble como esta frase resume la madurez de un ser humano.
Todos somos capaces de vivir con la mente en paz y tranquila, llena de sueños, de armonía y alguna que otra tontería para hacer bulto. Sin embargo, como adolescentes incautos e inocentes insistimos en permitir que cosas externas a nosotros sean más fuertes que nuestra paz interior. E incluso permitimos que el miedo nos haga tomar la vía que “no queremos”, sólo para no probar el otro lado de la acera.
Si algo me han dejado estos maravillosos 33 años de vida es esa capacidad, aún en desarrollo, de ser una persona fuerte y valiente, que llora, ríe pero sobre todo arriesga, con controles y algo de cautela pero que arriesga y he aquí lo que entendí en el camino de la vida: que la adolescencia nos regala el tesoro de ser aventureros y desmedidos, pero la adultez nos premia con la aventura del alma, esa que va a la batalla protegida de las armas, pero siempre… batallando.
Como diría Loly García, esa venezolana anónima que escribió una de las cartas más hermosas que he leído en mi vida “…Ciertamente uno cree haber trazado una línea recta para vivir la vida y no, no es así. No hay camino y ¡mucho menos en línea recta! Incontables son los senderos, algunos absolutamente soleados y otros definitivamente sombríos. Se abren como amapolas ante nuestra incredulidad. Ingenuas, creyendo que alguien más tomó decisiones por nosotras, así, de pronto, sin aviso ni protesto. Nos toma conteniendo el aliento –y de repente- nos vemos caminando por algún desvío…”
El camino de la vida es una constante aventura en el que todos aprendemos lecciones a diario y en el que aprendemos a quitar o poner lo que nos gusta. Descúbrete, mira dentro de ti y reconoce lo que no vas a negociar en tu historia y te aseguro que podrás enfocarte en todo lo que sí deseas.
La vida es evolución, y todo lo demuestra: el café, la piel, nuestra voz y hasta el cine, ese que se basa en nuestras historias para crear magia… De Titanic a La Ciudad de las Estrellas es mucho lo que podemos definir como historia de amor.
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