Romance Art Deco (III) | La Nota Latina

Romance Art Deco (III)

Mariana reflexiona por unos segundos. Hasta el momento los chicos se han portado tranquilos. A pesar de su usual desconfianza, no intuye ningún peligro en la situación. «Además», se dice a sí misma para reconfortarse, “las chicas y yo estamos siguiendo la regla número uno de las salidas: permanecer juntas. Siempre juntas.”

Suben hasta el último piso del antiguo hotel. Desde la habitación que comparten los chicos se puede contemplar la playa, apagada y solitaria. Aunque los suéteres prestados – cortesía de la consultora – les quedan enormes, Mariana se siente a gusto, protegida. Salen todos al balcón para contemplar como dioses curiosos el mundo que han dejado allá abajo.

Ocean Drive continúa latiendo en una mezcla de salsa y hip-hop mientras todo tipo de personas, desde la más colorida hasta la más insípida, se fusionan en una corriente verdusca. De vez en cuando se ve a uno que otro mortal hacer un alto para la foto del recuerdo, para la pantomima de un paso de baile latino. Apretujados en un par de sillones de mimbre, charlan un rato, recontando entre risas los momentos más memorables de la noche. Poco a poco la marea de gente va bajando, las risas se van apagando y el sueño va alargando los silencios.

Laura es la primera en claudicar. Abandona el balcón y se extiende como puede en el estrecho sofá. Cristina y Mariana, motivadas por sus ganas de bajar a la playa, luchan contra los bostezos. Convencen a los chicos con el argumento de que no podrán decir que vivieron una auténtica noche de South Beach, si no la despiden recostados sobre la arena. Mientras arreglan los detalles de la última parada de la noche, Laura se les duerme.

Mariana y Cristina no saben si despertar a su amiga o dejarla sola en la habitación. El argentino se ofrece a quedarse con ella. El cansancio también lo ha vencido y prefiere recostarse con el arrullo de la tele.

Una alarma se enciende en el estómago de Mariana. Después de todos los horrores aprendidos en sus queridas series sobre psicópatas, imágenes sombrías comienzan a asaltarla como agua mala. Sin embargo, la expectativa de un romance de playa es más fuerte que la señal de amenaza. Entonces, para esparcir las nubes negras que se van formando en su cabeza, argumenta con ella misma diciéndose que el argentino es inofensivo, que estarán a tan solo unos pasos del hotel. «No seas paranoica, no va a pasar nada».

Cuando abandona el cuarto, puede escuchar la respiración inocente de Laura por encima del noticiero. Se siente reconfortada. Una vez más, la noche está de su lado.

La arena no es amigable ni cosquillosa en la madrugada; todo lo que les ofrece es un pantano tieso y helado. El mexicano y el español las siguen mientras ellas intercambian cuchicheos y risitas que se confunden en el arrullo violento de las olas. Eligen un recoveco oscuro y se acuestan sobre las toallas ásperas del hotel.

Entre arrumacos contemplan las manchas naranjas y púrpuras que se extienden lentamente por encima de ellos, desparramándose y ensuciando el mar. Todo va adquiriendo un tono rojizo. La música ha muerto y ahora solo pueden escuchar el gemido seco del agua seduciendo y destruyendo las rocas.

Con besos de lija ardiéndole en el rostro, Mariana despega los párpados, percatándose poco a poco del alarido de sirenas que invade su espacio. Fastidiada por la resaca y el brazo que la tiene atrapada, tarda unos segundos en descifrar que el chillido persistente se origina justo detrás de ella. La sorpresa inicial da paso a la curiosidad para convertirse rápidamente en una voz de alarma, al no encontrar a Laura en la playa y recordar el momento en que vio a su amiga por última vez.

Abandonando los zapatos de tacón, embarrados de la arena y de la noche, Mariana corre junto a Cristina hasta llegar al pie del hotel. Las luces estridentes no provienen ya del edificio, que vulnerable bajo la luz tenue de la casi-mañana, muestra sus grietas como heridas en carne viva, sino que surgen de una turba de patrullas y un par de ambulancias. Los policías rodean el lugar y controlan al gentío de curiosos que se multiplican a borbotones.

Con la respiración entrecortada, Mariana pregunta a gritos, a nadie en particular y a todos a la vez, «¿Qué pasó?».

«¡Un asesinato!», parece contestar el mundo al unísono.

Un dolor como cuchillos ardientes se posesiona de su cabeza: destrozándola, vaciándola. Cristina le hala el brazo que cae desinflado, como muerto. Sigue con la mirada el dedo tembloroso que apunta hacia el edificio.

Siente que algo la arrastra y presiona su cabeza bajo las aguas turbias del amanecer cuando descubre a varios policías asomados en el balcón del último piso.

Enseguida las puertas de la entrada ceden ante el paso de agentes cubiertos de blanco. Con su marcha agresiva y bolsas negras en sus manos, parecen una legión de vikingos camino a llevar sus ofrendas a un dios perverso. A Mariana le provoca vomitar la noche cuando se imagina los trozos sangrientos de Laura en los fríos vientres de plástico. No es capaz ya de llorar ni gritar. Deja de escuchar lo que pasa a su alrededor. Apenas tiene fuerzas para mirar hacia arriba. Las estrellas la han abandonado.

Ocupada con su propia muerte, la luna que cuelga traslúcida la ignora por completo.

El noticiero de la tarde interrumpe el sopor dominical para reportar el siniestro hallazgo: “Durante las primeras horas del día, en pleno corazón de la movida zona de fiesta de South Beach, una joven asesina y descuartiza a un turista argentino. Sus motivos aún se desconocen.”

 

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Romance Art Deco (III PARTE)Puedes seguir a la autora en Twitter y Facebook: @melmarquezadams, o también en instagram.com/melaniemarquezadams/

 

 

Melanie Márquez Adams
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