A veces la nostalgia sirve de protección contra el desencanto. Para quienes tuvimos el privilegio de vivir en la capital venezolana en las décadas de los 70 y 80, la crónica “Así es Caracas” incluida en el libro “Ciertas maneras de no hacer nada” (La hoja del norte, 2015) del escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez representa un evocador refrescamiento de aquello que no tiene vuelta atrás.
El libro es una selección de textos escritos durante el exilio de siete años (1976-1983) de quien fuera gran amigo de Gabo y cómplice de su gran proyecto: la Fundación de Nuevo Periodismo Latinoamericano (FNPI).
El libro aparece justo al cumplirse el quinto aniversario de la desaparición física del escritor sureño, para reforzar la profunda brecha que existe entre la vida caraqueña de las últimas décadas del siglo XX y la que hoy castiga a sus más de dos millones de habitantes.
De la ciudad de los techos rojos sólo queda el color, pero ya no es el rojo cálido de las tejas sino la tonalidad chillona de la propaganda política que forra plazas, edificios, muros y postes. A la urbe le impusieron un corsé que la ha desfigurado y hecho irreconocible.
El siguiente extracto, tomado del libro, nos recuerda esas postales urbanas de una cotidianidad que fluía sin conflictos en medio del incipiente caos.
“El amor no admite condiciones. Y los caraqueños han aprendido a querer a su ciudad aun en los rincones donde es fea y desatinada. Aman el marroncito al paso, las caries de los cerros, el atardecer entre ardillas y palomas en la Plaza Bolívar, la chicha artesanal que se compra en las puertas de la Universidad o en la esquina de la Funeraria Vallés, el raspado con los colores del arcoiris, el regateo en las quincallas de El Silencio, los brazos musculosos que protegen a las muchachas peinadas con rollos en la tarde de los sábados, las violetas del Ávila, las flores de María Lionza, los carros eternamente montados en las aceras, la imposibilidad de caminar, el trotecito de las mañanas por el Parque del Este, un licor de guayaba que se fermenta en Catia, la reja de una ventana que –a la vuelta de siglo– todavía huele a novia, la conversación a la vera de los jeeps que aguardan en la Redoma de Petare.
La ciudad es como es, desordenada y absurda, pero si fuera de otro modo los caraqueños no podrían amarla tanto.”
@mullera66
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