Reclamos del cuerpo sometido | La Nota Latina

Reclamos del cuerpo sometido

Andrea Amosson, escritora.
Andrea Amosson, escritora.

El problema con poetas como Pablo Neruda es que suelen robarse la atención donde quiera que estén. El consejo adecuado sería “evite leer sus libros si está tratando de avanzar con otros”, pero me llegó tarde y Neruda me secuestró de cuerpo y alma, con sus memorias “Confieso que he vivido”, obra que pronto vamos a comentar en mi club del libro, mientras intentaba concentrarme en la prosa de la chilena Ana María del Río.

No recuerdo haber tenido esta sensación antes, pero a ratos sentí que los libros conversaban, en especial cuando la escritora daba indicios del campo chileno, del sur del país, la tierra fértil y vegetal; y Neruda, habiendo nacido en la zona, daba a conocer sus inicios de vida y de poesía, rodeado de esos titanes arbóreos en la ciudad de Temuco. Yo, mirándolo todo desde mi rincón nortino, desde la soledad y el silencio del desierto de Atacama, escribí esta columna, de la intrusión, del desarraigo, de las pérdidas.

El libro de Ana María del Río se llama “Ni a tontas ni a locas” y está compuesto por tres novelas: “Siete días de la señora K”, “Óxido de Carmen” y “Tiempo que ladra”. Cuando todavía vivía en Chile leí estas obras, además de “La esfera media del aire”, que a la fecha todavía es una de mis favoritas.

Ana del Rio
Foto: Umayor.cl

Me acuerdo claramente el día que conocí a Ana María del Río, en Santiago de Chile hace casi veinte años. La escritora hablaba poco, sonreía mucho y nos miraba con sus grandes ojos negros desde el sofá de la escritora chilena Marta Blanco, con quién yo tomaba en esa época talleres literarios. Estábamos comentando “La esfera media del aire” y recuerdo que tímidamente le reclamé que la protagonista tuviera que morir.

Ella me respondió que no tenía otra opción y ha de ser que desde entonces me sentí incómoda con la idea de que toda mujer que quiere romper con el patrón necesita pagar las consecuencias. Lo mismo ocurre con “Óxido de Carmen”, que releí a fuerza y en contra de este Neruda que se me aparece en todas partes (voy en la mitad de sus voluminosas páginas). El zapato me estranguló en el hecho de que -si no quiere enterarse, deje de leer esta columna ahora- otra vez asistimos a la muerte de nuestra protagonista. Pero ¿por qué?

Por otro lado, más que una novela, Óxido me dejó la sensación de ser un cuento largo, un cuento escrito en capítulos, donde existen dos personajes centrales: Carmen y el narrador. Me amigo con la historia desde el inicio, cuando veo cómo Carmen despliega sus alas, cómo a su alrededor ocurren o dejan de ocurrir las cosas, como si la volubilidad de su cabello diera pie a los castigos, los cambios, las acciones de la abuela todopoderosa y la tía mal intencionada, incluso la mezquindad del primo menor o las sonrisas ausentes del tío loco. Carmen es una hija de la tierra, le noto un perfil indio, una sangre que le arde y que le corre a descontrol. Carmen es todo aquello que Neruda describe, los ríos salvajes que cortan caminos, las raíces monumentales de árboles que han caído bajo la poderosa mano de la lluvia, los acantilados y el fatal frío de la cordillera de los Andes. Carmen es la oposición, la ruptura de “las buenas costumbres”, la desilusión, el enojo. Carmen es el Neruda que no fue zapatero ni maderero ni ferroviario, sino poeta. Carmen es la bestialidad, lo indómito, lo inexpugnable, es el diálogo enojado del viento contra las rocas en los mares australes. Y tenía que morir.

Me opongo, me opongo porque lo que plantea liquida el propósito mismo del texto: el texto es una protesta que termina por perpetuar que no hay salida para las Cármenes de Chile ni del mundo. Carmen desaparece porque “ganan” las otras, la abuela patriarcal y la tía amargada, la institución, la reserva, las faldas largas y los calzones apretados. Le cortan ese cabello salvaje y la reducen a un fantasma fanático, asustadizo, débil. Así se nos apaga Carmen y entonces me enojo con el texto, truenan los volcanes del sur, se remece la montaña, pero Neruda logra escapar al exilio, hacia el otro lado de la cordillera. Él y otros se avientan a la relativa amplitud de Argentina, pero no Carmen, que se queda para siempre convertida en una lágrima de ese gran candelabro que la vio partir, pendiendo en el salón principal de la casa.

Cuando uno lee, peca de querer reescribir ciertas historias. Si tuviera la certeza de que existen dimensiones paralelas, desearía saber que por ahí corre ésta y otras Carmen, que se han salvado, que huyeron, que están montadas en un árbol, bailan y cantan con voz mineral. Que Carmen no es tonta ni es loca y vive libre y feliz el vendaval de su vida.

Sitio web: www.andreaamosson.com

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Blog: http://espejuelo.wordpress.com/

Fotografía portada:amazon.com

Para saber más:

http://digitalcommons.providence.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=1728&context=inti

Haz clic para acceder a fi-lizana_c.pdf

 

Andrea Amosson
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