El domingo pasado, 29 de septiembre, leí una interesante entrevista en el periódico El Tiempo con Jaime Alberto Cabal, presidente de la Federación Nacional de Comerciantes, Fenalco.
El tema por tratar era la reforma laboral que la entidad gremial propone para modernizar las leyes actuales y adaptarlas al mercado y las necesidades del talento humano; todo esto con el objetivo de disminuir el empleo informal. (Leer entrevista)
El punto que atrapó mi atención fue la contratación de trabajadores por horas, el cual Cabal relacionó con los jóvenes primíparos en el mercado laboral y la coyuntura de desempleo actual en este segmento de la población colombiana.
Según el boletín más reciente del DANE (mayo a julio 2019), la tasa global de participación (TGP) de la población entre 14 y 28 años a nivel nacional fue 56,1%, en descenso comparada con la del año pasado, 57.6%. Así mismo, la tasa de desempleo fue 17.5% en ascenso comparada con la del año pasado, 16.6%.
En otras palabras, menos jóvenes están participando en el mercado laboral y más están desempleados.
Tal como lo explica Cabal, los costos de un empleado en Colombia son altos. Un peso de nómina en realidad le cuesta al empleador 1.6 pesos. En comparación con Estados Unidos, por ejemplo, un dólar de nómina cuesta entre 1.25 y 1.4 dólares, según el estado.
Aunque en mi caso siempre he estado contratada con salario fijo mensual, en casi quince años de vida en este país he visto de cerca cómo la contratación por horas es una de las características que fortalece la economía estadounidense.
Esta flexibilidad del mercado laboral favorece a aquellas personas que no pueden trabajar en el modelo de lunes a viernes de 8 a 5 de la tarde sino acorde a su disponibilidad. De igual manera, los dueños de empresas se benefician pagando las prestaciones acordes al tiempo trabajado en lugar de un fijo mensual.
Sin embargo, el efecto más importante del trabajo por horas lo veo en los adolescentes estadounidenses, quienes desde los 16 años y sin importar la clase social, trabajan como cajeros de comida rápida, meseros o vendedores en tiendas de ropa.
Esta tarea empieza en los hogares. Los padres incentivan a sus hijos y les enseñan a administrar el tiempo con sus obligaciones de colegio o universidad. Así no ganen mucho, la lección es ver el trabajo como el vehículo de su independencia.
Este ejemplo lo he visto de cerca con los hijos de mi esposo. El mayor empezó a trabajar a los 17 años cargando palos de golf en un club y la menor a los 16 haciendo jugos y de niñera. Hoy en día, los dos tienen una ética laboral admirable.
Ahora, ¿qué pasa en Colombia? Muchos padres pecan por sobreprotectores y prefieren que sus hijos se dediquen exclusivamente a sus estudios, aunque les sobre el tiempo para zanganear y jugar Xbox o pasársela en el gimnasio.
Por otro lado, trabajos como ser meseros todavía son considerados por muchos como una “voleta” o una vergüenza, a menos de que sean en los restaurantes cool como Andrés Carne de Res.
Los tiempos han cambiado y Colombia no puede continuar con prácticas laborales que excluyan con regulaciones a los que quieren trabajar y contratar de una manera más flexible. Trabajo es trabajo y siempre es honra.
- La voz de la chicharra, un cuento de Xiomara Spadafora - abril 27, 2020
- Teletrabajo: ¿Cuál es su verdadero reto? - abril 1, 2020
- Coronavirus: ¿Cuál es la naturaleza del miedo? - marzo 17, 2020