¿Por qué el Proceso de Paz en Colombia está en cuidados intensivos? | La Nota Latina

¿Por qué el Proceso de Paz en Colombia está en cuidados intensivos?

El sábado pasado mi hijo cumplió siete años. Cuando yo era niña, recuerdo que mi abuelita decía que a esa edad a uno “le llegaba el juicio”, pero nunca entendí su significado hasta que me tomé la tarea de leer al respecto.

A través de la historia, los siete años representan el crecimiento que deja atrás la infancia. Alrededor del mundo, esta es la edad en la que la educación formal comienza y por ende, las expectativas sociales cambian y los privilegios y responsabilidades aumentan.

En la época medieval, a los siete años los niños se convertían en aprendices de talentos y habilidades de sustento como zapatería, soldadura o marroquinería, entre otros.

El Derecho Canónico del Catolicismo contempla esta edad como el uso de la razón para recibir la primera comunión, y de acuerdo con el sistema legal English Common Law–uno de los más utilizados en el mundo–un individuo de siete años es considerado responsable de sus actos ante la ley.

Por otro lado, la teoría del afamado psicoanalista Sigmund Freud contempla los siete años dentro del Período de la Latencia, en el cual se desarrollan las habilidades sociales y de comunicación, así como la autoestima.

Durante mi búsqueda encontré un artículo muy interesante publicado en el portal de Scholastic –una de los publicaciones más influyentes de educación infantil en Estados Unidos desde 1920–sobre la edad de la razón y su relación con la imagen de la verdad en la niñez.

Según el artículo, a los siete años los niños diferencian entre lo que está bien y lo que está mal, más allá de complacer lo que los padres o adultos les piden. En otras palabras: la conciencia nace.

Esta es la edad en la que los niños “sapean” o incriminan al compañero de clase que rompe las reglas ante la profesora, o en mi caso, ante mi esposo. ¡Mi hijo parece un policía llamándome la atención cada vez que digo una mala palabra!

Basado en todo lo anterior me pregunto, ¿cómo es posible que mi hijo tenga la capacidad de discernir entre lo que está bien y lo que está mal con más conciencia que los “doctores” nombrados por el premio Nobel de Paz, Juan Manuel Santos, para administrar la implementación del Acuerdo de Paz?

¿Cómo es posible que las personas involucradas en el tráfico de influencias y los desvíos de dineros dentro del Fondo Colombia en Paz y la Alta Consejería del Posconflicto no se hayan detenido a pensar que, mientras se enriquecían con contratos entre sábanas, le robaban la paz a todos sus compatriotas?

Aunque tuve mis reparos durante el Proceso de Paz en Colombia, mantuve la esperanza en la implementación de los proyectos, que en teoría, ofrecían alternativas para que miles de ex-combatientes cambiaran las balas por las semillas.

Pero los funcionarios al cuidado de la paz resultaron ser niñeras inexpertas que la están dejando asfixiar. Tengo el corazón partido. La epidemia de la corrupción nos volvió a hacer trampa y la estabilidad de la paz entró en cuidados intensivos.

 

Xiomara Spadafora
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