Se habla de un reencuentro del cuento, o mejor llamado relato, con el mundo editorial, sobre todo hispánico. No era así hace unos años, porque los editores pedían sólo novelas para sus catálogos. El relato, ese hermano menor, se reservaba para concursos y antologías. Podíamos elogiar a Borges como una cima única, pero nadie se detenía a pensar que su obra narrativa estaba compuesta por puros relatos. Al maestro argentino le preguntaron alguna vez por la novela, y su respuesta fue: “Ah, sí, ese género de reciente data”.
Y claro que lo era, porque la novela que entendemos como moderna la inicia Cervantes con Don Quijote, mientras que el cuento ya estaba presente en las literaturas cosmogónicas, en la cultura popular, en los relatos feéricos. Una conversación es siempre un cuento: la necesidad de contarle al otro una historia. Pues volviendo a la edición hispánica, la casa Páginas de Espuma fue de las primeras en quebrar lanzas por el género, pero después han venido muchas otras, que navegan esas aguas con entusiasmo y no pocos reconocimientos.
Valga recordar que la actitud editorial en Hispanoamérica fue muy distinta, quizás porque el género ha sido muy robusto en el continente, con maestros incuestionables. Es en la mirada peninsular donde se ha enquistado esa noción de género incompleto. Una mirada, por cierto, muy distinta a la de los editores anglosajones o germánicos, que siempre han alentado a los autores que lidian con ese género puro, por no decir perfecto. Es cierto que, a diferencia de la novela, la modernidad en el cuento llega a comienzos del siglo XIX, con Edgar Allan Poe, pero hay que ver lo que ha sido su evolución en dos siglos: sencillamente magistral.
La cornucopia de estilos, escuelas, enfoques, poéticas, es de tal magnitud que en conjunto hemos escrito una historia universal de la trascendencia y no nos hemos dado cuenta. Decisiones recientes como la creación de un concurso internacional de cuentos que lleva el nombre de Gabriel García Márquez, con un premio de cien mil dólares, apuntan en la dirección correcta. Libros imprescindibles no faltarán para esa importante convocatoria.
Si la novela es inundación de los sentidos, el cuento es exaltación del sentido; si la novela es aglomeración, el cuento es despojamiento; si la novela es confluencia de tiempos, el cuento es un ejercicio de relojería. Un buen narrador se ve exigido por el cuento como no lo es por la novela, quizás porque la novela es libertad mientras el cuento es compromiso. La novela no parece tener límites; el cuento sí los tiene, de espacio y tiempo. Descendiente de las cosmogonías, cada cuento refunda el mundo: lo reinterpreta, lo cambia, lo transforma en cucaracha o en flor. Lukács recordaba que la función narrativa debe como mínimo reseñar un cambio de estado. Pues quién sabe si el cuento es la mejor herramienta que tenemos para reflejar ese cambio, por más irrelevante o efímero que sea.
FUENTE:
Antonio López Ortega
Publicado en: diariodeavisos.elespanol.com
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