¿Alguna vez te has detenido a pensar en la profundidad de la frase “caminante, no hay camino; se hace camino al andar”?
Esta frase ha sido razón de reflexión para muchos desde tiempos atrás. La encontramos en las líneas del poema de Antonio Machado (a quien muchos atribuyen dicha frase), o en una de las canciones más conocidas del cantautor Joan Manuel Serrat, y así podríamos seguirla encontrando en otros diversos contextos literarios y musicales.
Ahora bien, ¿qué realmente significa?
Todos tenemos una creencia muy integrada y casi imperceptible. Es la creencia de que alguien sabe cuál es nuestro camino. Esto significaría que otras personas serían conocedoras de lo que se supone que hagamos, de lo que serían nuestras consecuencias y resultados, y más aún, tendrían potestad para prácticamente predecir todo nuestro futuro. Visto de esta forma parece algo hasta absurdo, ¿verdad? Entonces, ¿de dónde proviene esta forma de pensar?
Esto se origina mientras crecemos. Cuándo somos niños, no tenemos capacidad de decisión propia, en el sentido de que son los adultos y cuidadores quienes se encargan de tomar todas las decisiones pertinentes a nuestra vida y según consideran para nuestra conveniencia. Los padres deciden todos los aspectos referentes a sus hijos; por lo tanto, ellos son quienes saben.
Conjuntamente con esta realidad podemos incluir las historias que escuchábamos sobre personas de nuestro entorno que siguieron o no las recomendaciones dadas por sus antecesores y cuyos resultados fueron definidos y juzgados positiva o negativamente con base en si se dejaron llevar de lo que se les había recomendado.
Es así como los aspectos propios de la vida (desde cómo relacionarse en pareja, manejo de la crianza, inversiones y ahorros, negocios o asuntos laborales) todos vienen a ser regido por la orientación y recomendación de alguien más que al parecer tenía conocimiento sobre el supuesto camino que debíamos elegir o mejor decisión a tomar.
¿Es esto verdad? Por supuesto que no. Si bien es cierto que de niños no teníamos capacidad de decisión, no es menos cierto que al alcanzar la mayoría de edad, cada persona tiene que hacerse responsable de sí mismo y a partir de ese momento comenzar a descubrir, explorar y atravesar su propio camino.
Igualmente, es una actitud inmadura e infantil esperar que alguien nos diga qué hacer, dado que muy en el fondo lo que estamos es queriendo evadir posibles consecuencias propias de cada acción que tomemos. Preferimos preguntar en lugar de reflexionar, y llevar al pie de la letra lo que nos dicen como si fuera un libreto, creyendo así que podremos anticipar un resultado específico. Todo esto alimenta nuestras inseguridades, miedos, necesidad de control y dependencias insanas, generando una emocionalidad afectada y débil. Ser adultos implica permitirnos madurar mientras vamos creciendo y encargándonos de nosotros mismos.
En nuestra adultez estaremos constantemente viviendo experiencias de las cuales estaremos aprendiendo y poniendo en práctica los aprendizajes correspondientes; y por supuesto, no estaremos exonerados de equivocarnos, lo cual también implicará importantes aprendizajes que nos servirán para el futuro.
Creer que alguien más puede saber lo que nos corresponde hacer con base en su propia historia o a lo que fue su decisión tomada ante un aspecto específico de su vida, es querer aplicar lo inaplicable, pues cada persona es única, así como su historia es única y perteneciente a cada quien. Es por esto que no hay forma alguna posible en que podamos tener la garantía de un resultado basándonos en experiencias de alguien más.
¿Entonces qué se supone que hagamos?
Aceptar que el camino hacia adelante no es algo que está previamente definido, sino que realmente es algo que iremos escribiendo nosotros mismos como autores de las páginas de un libro, nuestra historia, y por ende, responsables de lo que es nuestra vida según como vayamos decidiendo vivirla.
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