La semana pasada mi hijo terminó primero de primaria en la escuela pública de nuestro condado St Johns. Aunque cuando empezó prescolar en agosto de 2016, mi esposo y yo decidimos ponerlo a estudiar en uno de los colegios católicos privados de Jacksonville, para seguir la tradición con la que ambos nos criamos, unos vecinos nos convencieron de cambiarlo a mitad de kinder. Fue la mejor decisión.
La educación primaria y secundaria es gratuita en Estados Unidos. Está zonificada por la división de condados dentro de los estados de la unión, y financiada en un gran porcentaje con los impuestos a la finca raíz. Por este motivo, las familias con hijos en edad escolar escogen el lugar para comprar vivienda según la calidad de las escuelas públicas asignadas.
Casi dos años después de ser beneficiaria de la escuela pública, considero que ésta construye un sentido de comunidad muy arraigado lo que genera un deseo de participación voluntario. Por ejemplo, todos los meses asisto a una reunión en la que puedo hablar con la directora y demás docentes.
Este punto me llevó a pensar en la educación pública de Colombia y a compararla con la gringa. Para llevar a cabo esta empresa, recurrí a la experiencia de la mayor de mis tías quien fue profesora durante 40 años, de los cuales enseñó cinco años en el campo y 35 en el Distrito Capital.
Basada en su explicación de la división del distrito en Centros Administrativos de Educación Local (CADEL), y la del campo en jefaturas de grupo en los municipios, a vuelo de pájaro considero que la educación pública estadounidense y la colombiana están estructuradas de una manera muy similar.
No obstante, mi tía resaltó que la cobertura de la educación en Colombia no es suficiente, pero me explicó que esto no es por falta de recursos. La Secretaría de Educación es justa en la distribución de los dineros, pero es en la ejecución local donde todo se complica en una ecuación sin resolver.
En lugar de incrementar el número de pequeñas escuelas y capacitar a más docentes que garanticen la cobertura en todo el territorio nacional en una jornada única, en muchos municipios construyen colegios grandes–para recibir más dinero por parte del gobierno–a los cuales los estudiantes no pueden llegar por falta de un medio de transporte.
Como era de esperarse, la industria de la educación privada encontró en esta falencia del gobierno el terreno ideal para prosperar en Colombia. Si bien es cierto, en un inicio los colegios privados suplieron las necesidades de los niños que no podían acceder a la educación pública, con el paso de los años los denominados “colegios de garaje” han proliferado en muchas localidades sin ninguna acreditación y sin seguir los procesos requeridos de enseñanza y aprendizaje.
Por otro lado, se encuentran los colegios prestigiosos que se convirtieron en clubes sociales. Hoy en día, el nombre del colegio de los hijos es un símbolo de estatus social al igual que el carro que los papás conducen.
Que quede claro, en ningún momento estoy criticando. Los padres de familia tienen todo el derecho de escoger lo que quieren para sus hijos. Pero sí es triste que la educación pública en Colombia, consagrada en la Constitución como un derecho, se haya convertido con el paso de los años en un derecho exclusivo de las clases menos favorecidas.
En Estados Unidos, los niños disfrutan y aprenden de la diversidad de la población. Cuando estoy en la fila para recoger a mi hijo, veo carros de todas las marcas. Desde camionetas y carros europeos último modelo hasta los vehículos más modestos.
Ahora, a pesar de las diferencias, hay un aspecto en el que Colombia y Estados Unidos coinciden: la ingratitud de algunos beneficiados. Mi tía recuerda las críticas de los padres de familia sobre los refrigerios gratis que la escuela proveía, a pesar de que para muchos era la única comida del día.
De igual manera, he escuchado en mi comunidad a padres que se niegan a colaborar con una caja de colores porque según ellos ya pagaron los impuestos. Yo por mi parte le hago honor al dicho “A caballo regalado no se le mira el colmillo” y valoro la educación gratis, porque sé cuánto dinero me estaría ahorrando si viviera en Colombia.
Por eso, cuando las profesoras piden útiles escolares o cualquier otra cosa, salto de primera como un sapo y sin reparo. Ante todo, la gratitud por la honorable labor de los maestros.
Ya que la educación está tan de moda en Colombia–para la muestra están los más de cuatro millones y medio de votantes que respaldaron al excandidato presidencial, Sergio Fajardo, en las urnas el domingo pasado–ojalá pronto haya reformas de fondo, pero que duren más que el gobierno de turno.
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