¡Te prometo que no lo hago más! ¡Llego puntual! ¡Cuenta conmigo siempre! ¡Jamás te dejaría embarcado!
Este tipo de expresiones son usadas y reusadas actualmente sin ningún tipo de discriminación o prudencia, nos hemos convertido -y me incluyo en el grupo- en vendedores de promesas cotidianas y subestimadas, peor aún, en desmerecedores del término “palabra”, esa sencilla estructura de siete letras que puede convertir a un hombre en caballero y a una mujer en dama.
Quizás me meteré en un mar que no es fácil navegar, pero no puedo dejar de pensar en cuántas veces al día ofrecemos u ofertamos promesas que, al pasar los minutos, se convierten en leyendas urbanas.
¿El famoso lema de «te doy mi palabra de honor», realmente tiene valor en la vida cotidiana? ¿Tiene «peso» en el argot popular?
Las preguntas en cuestión no son nada fáciles de responder, creo que se necesitaría un estudio social profundo. Supongamos, no solo entrarían a surcar los valores infundados en cada hogar y respaldados en las instituciones de estudio, sino que, además, el factor moral haría olas y olas en este mar.
Volver al pasado no es tan malo
En épocas pasadas, los pagos y compromisos más importantes se hacían con un apretón de manos y una «palabra de honor», teniendo esta más peso que una mochila de dinero o un baúl con morocotas.
La Biblia nos dice en sus páginas: «en el principio existía la palabra», haciendo clara referencia al poder que esta tenía en los siglos que sentaron las bases de nuestra sociedad, no sólo en el ámbito social, sino religioso, político y comercial.
Incluso, en el mundo de la moda y la alta costura, en su ir y venir de frivolidad, se dejó asentado el escote «palabra de honor». Cuentan que la expresión nació el día en que una modista, al entregar un traje de novia sin tiras, indicó que lo sostuvieran y exclamó -ante la mirada incrédula de su fashionista compradora-: «palabra de honor que no se caerá». Ella hizo uso del prestigio de su palabra, su relación y seguridad, ante aquel, para ese entonces, atrevido escote.
Y es aquí cuando vuelvo al siglo XXI, al mundo de la tecnología y los avances, de los estudios globalizados, de las maestrías on-line -es decir, un mundo moderno- y me pregunto: ¿Si existiera una balanza para pesar tu palabra, si pudiéramos poner en una bolsita de supermercado nuestra palabra, cuánto pesaría?
Los invito a que pesemos nuestra palabra y enaltezcamos el honor haciendo una sencilla reverencia al compromiso de decir: «te doy mi palabra».
Si es cierto que «las palabras se la lleva el viento», dejemos que eso que corre por los aires sean compromisos de honestidad y responsabilidad con nuestros afectos.
José Tadeo Bravo
josetbravos@gmail.com
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Excelente palabras