La poesía también es -lo que dice, Roberto Juarroz- «abrir algo entre palabra y silencio». El escritor trabaja en una doble apertura: señalar expresamente una narrativa desde una historia conocida en la que trata de ver en un fondo algo que pareciera que se oculta, y también construir una nueva realidad que aparece al son de las palabras. Este poema explora el esfuerzo de tratar más allá de las cosas dadas, en especial del canto a tantas tristezas.
Historia con dosis de 100 mg para tratar la soledad
Hoy en esta calle, viniendo desde el Sureste,
una vez más hemos conversado mirándonos a los ojos,
cuatro cámaras que han registrado rincones, puentes,
abismos, barricadas, fuelle vivo entre nosotros,
(da Vinci no se equivoca, los poderes de la fantasía actúan)
ha habido fuego del agua, nunca lo ha apagado la frialdad
se ha pesquisado la humedad que es la que lo mata.
Demasiadas páginas encendidas, el olvido imposible.
No se ha cobijado frío ni vacío a través de los años,
la ola de entropía no ha estallado en nuestras costas.
Las debidas piedras para construir la morada
y no cárcel insoportable. Las murallas no tienen sonido húmedo.
Lo declarado en nuestra burbuja no ha salido
de las páginas de Iluminaciones,
nos cobija nuestro propio planeta y diccionario, pero sin olvido:
“vamos haciendo de todo un collar infinito …”.
Lo que se ha escrito no dice cualquier cosa.
En las noches nos hemos brindado la luz de los objetos
no las sombras de las tierras baldías.
Son nuestras risas, nuestros desalientos,
los reales. Es la suma de las cosas la que es falsa.
Hay registro de los sonidos de nuestros pasos y
archivo de las melodías dejadas en las huellas.
No ha sido necesario inventar un camello coqueteando
con una osa polar. Siempre pacto en víspera de la jornada.
Tenemos constancia que en las veinticuatro horas
habitan muchos imperfectos, un gran angular
nos ha dicho que podemos salir del páramo sombrío,
ver lo que vale la pena. Nunca ha sido necesario
un cuchillo que dibuje una herida,
no ha habido chispa febril y devastadora,
débiles los alborotos de la cortina
han sido con la ventana cerrada.
Seguimos despertando con otro reloj,
éste solamente recuerda espacios, y no el absurdo
aquél que alimenta la voracidad de la soledad.
Cuando el amanecer ha sido de paja,
nuestros cuerpos no han flotado entre equilibrios contrarios,
se ha entonado una misma melodía, por si acaso,
una goma de borrar en el bolsillo.
Nuestros nombres los amparan cuatro manos.
Y esto aun cuando la seudo-guerra
inventada por soldaditos de plomo
o por un gorila enfurecido porque no le dan la mamadera.
Cada duda nunca dejó de hacer navegable el océano.
Siempre más allá del límite de las cosas dadas,
un necesario otro para conciliar una imagen,
entre dos mitades hay un mar sordo.
En fin, aunque no haya sido todo parecido al abandono
de las abejas de la colmena, tarareando una canción de cuna.
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