Plácido Domingo contra el beso de Tosca | La Nota Latina

Plácido Domingo contra el beso de Tosca

No tenía 50 años la ópera cuando puso música a una historia escabrosa, trufada de lo que hoy se llama con ligereza o conciencia – según se vea-, “abuso sexual”, violencia de género y  ventaja desde una posición de poder (el protagonista era un emperador): se trata de L’incoronazione di Poppea, de Claudio Monteverdi, en la cual no sólo hay adulterios, conspiraciones, uxoricidios, defenestración de esposas ante el inescrupuloso ascenso de la amante de Nerón, prebendas de esta, disponiendo de fortunas y vidas ajenas, sino que los artífices principales de todas estas fechorías triunfan al final, con uno de los dúos más sugerentes y libidinosos escritos en los más de cuatro siglos que tiene ya el género lírico.

No ha mejorado la cosa desde entonces en el arte de las voces: las óperas handelianas están llenas de sexo mezclado con política: Julio César, Cleopatra, Rodelinda, Orlando, Armida, Almirena, Tamerlano deambulan lúbricos por sus arias magníficas. La trilogía de óperas compuestas por Lorenzo Da Ponte y Wolfgang Amadeus Mozart desbordan temáticas incómodas para la corrección política que hoy pugna por enseñorearse de vida social y cultura contemporáneas: en Las Bodas de Fígaro, el Conde de Almaviva, aburrido de su esposa, intenta renovar la práctica del derecho de pernada, en la prometida del leal siervo que da título a la ópera; el Don Giovanni exalta de manera casi cósmica al mítico Burlador de Sevilla, womanizer hispánico que disputa a Don Quijote su preeminencia en la literatura española, y en Cosi fan tutte, el tutor de dos jóvenes enamorados y la criada de sus novias intentan demostrarles lo ilusorio de la pasión amorosa promoviendo un atrevido y adelantado twister de parejas; las heroínas belcantistas son una abigarrada vitrina de mujeres enamoradas, obligadas por sus familias a acceder a los requiebros de amantes indeseados por conveniencias sociales o económicas, o son repudiadas sexualmente por sus esposos de alcurnia, escarnecidas públicamente, chantajeadas carnalmente u solicitadas insistentemente a costa de sus deberes de doncella, vestal, princesa, reina o sacerdotisa, siendo llevadas frecuentemente a que sus delicadas psiques feminiles se derrumben en cascadas de gorgoritos, coloraturas y volatinas, que hacen del espectador voyeur del hedonismo canoro que no poco tiene de perverso y fetichista: un repaso por los libretos y partituras de La sonnambula, Norma, Lucia di Lammermoor o Anna Bolena les demostrará que no exageramos.

Giuseppe Verdi y la violencia de género

Plácido Domingo contra el beso de ToscaGiuseppe Verdi escribió 26 óperas originales: sólo la tercera parte de ellas no comporta algún tipo de lo que hoy calificaría como violencia de género. Al menos 13 de ellas involucran a figuras de poder como agentes u objetivos directos e indirectos. Algunos de los más notorios: El futuro rey Carlos V se mete sin consentimiento en la alcoba de Elvira de Aragón incapaz de dominar su deseo por ella en Ernani; El duque de Mantua se aprovecha de la inocente hija de su bufón Rigoletto, engañándola y secuestrándola en su alcoba hasta que no lo complace, y el Rey Gustavo de Suecia acosa a la esposa de su mejor amigo (con consentimiento de ella, eso sí) y los conspiradores usan el affaire en contra del monarca en Un ballo in maschera. Son óperas de una popularidad, al menos hasta ahora incombustible. Y de Giacomo Puccini se ha comentado que tenía una relación de amor/odio con sus heroínas, casi siempre muy jóvenes y extremadamente sensuales, que arrastran a sus héroes enamorados a la perdición o la muerte, sin que ellas salgan indemnes, pues la historia, la música, la exigencia vocal de la partitura han sido calificadas por Mosco Carner, especialista en su obra, de contener elementos prácticamente sádicos: los destinos de Manon, Mimí, Madama Butterfly, Giorgetta, Liu lo confirman. Concretamente en Tosca asistimos durante todo el Acto II a una explícita situación de acoso y comercio sexual, que solo termina cuando la heroína da a Scarpia “el beso de Tosca”, la muerte, en una puñalada, única opción que resta a la diva ante el ineludible ataque sexual del jefe de policía de la restauración, como precio de la salvación de su amante, el pintor Cavaradossi, preso y torturado en las mazmorras del régimen.

La ópera siempre ha estado más cerca del mito que de la historia, más del lado de nuestras perversiones, sueños y obsesiones inconscientes que de la vigilia racional. Pertenece más a nuestras sombras psíquicas y monstruos atávicos que al superyó y al ello. Es el terreno privilegiado de la desmesura, lo desviado y perverso: los dioses antiguos, el demonio, los fantasmas, el mal, el ultramundo encuentran en el melodrama una realización física inusitada.

Un enfrentamiento entre la dimensión transgresora de la ópera y el milenio de corrección política que apenas despunta en este aún joven siglo XXI era cuestión de tiempo. Lo que posiblemente nadie habría esperado es que reventara en el crepúsculo de una carrera tan longeva, gloriosa, histórica y seguramente irrepetible en el ámbito de la ópera. Desde un multitudinario y muy objetivo punto de vista, sería indeciblemente lamentable que una carrera tan larga y fértil como la de Plácido Domingo, lo haya sido tanto como para ser eclipsada y marcada definitivamente por la sombra de una acusación alentada por un grupo de reivindicación femenina como el “Me Too”. Un inesperado e implacable “bacio di Tosca”.

¿El tenor español es un acosador sexual?

¿Es o fue el tenor español un acosador sexual? ¿Se valió de sus posiciones de poder para forzar encuentros o relaciones no consentidas? En la embriaguez de sus triunfos, en el clímax dionisíaco de sus logros más resonantes y aún perdurables, ¿desahogó energías y líbidos corporales y creadores con colegas en límites quizás no muy claros, no siempre permitidos o ambiguos?

Plácido Domingo contra el beso de ToscaEn este momento la respuesta más sensata y aconsejable es para la grandísima mayoría de nosotros: “no lo sabemos”, y será posiblemente difícil saberlo alguna vez, sin dudas ni recelos. En las denuncias presentadas se contabilizan, al menos, 30 años de distancia. ¿Podrá comprobarse algo después de tanto tiempo? Otra vez: ahora no lo sabemos.

¿Qué sabemos, en cambio? Que la carrera impresionante de Plácido Domingo comenzó hace más de 50 años estrenando óperas latinoamericanas, encarnando héroes verdianos en la Scala, el Met de Nueva York, en Londres, Buenos Aires y Caracas a finales de los sesenta. En los 70 ya era icono discográfico con un éxito sólo comparable a los grandes del pasado: Caruso, Gigli, Di Stefano, Callas, Del Mónaco, Tebaldi, superándolos a todos en número, en variedad estilística y en extensión temporal. Su único rival objetivo fue el gran Luciano Pavarotti, fallecido hace ya más de 10 años, y con quien, sin embargo, y al lado de José Carreras, protagonizó uno de los eventos líricos y comunicacionales más trascendentales del siglo XX: el concierto de los Tres Tenores en las Termas de Caracalla para cerrar el Mundial de Italia en 1990. Ya Domingo tenía años fusionando el mundo de la ópera y el de la música popular. Debe tener más discos grabados que Sinatra, Edith Piaf y Juan Gabriel juntos. Ha grabado (más de una vez) todos los roles tenoriles verdianos, a casi todos los puccinianos y wagnerianos. Es verdad, no siempre con rigor y felicidad, pero su repertorio va desde el barroco handeliano hasta la ópera contemporánea, pasando por Mozart, el bel canto, la ópera francesa, la alemana, la rusa y la zarzuela. Tiene un considerable número de encarnaciones operísticas en las que su huella es imborrable e indiscutible: su Otello, Manrico, Alvaro, Radamés y Riccardo/Gustavo verdianos; su lacerante Don José de Carmen, de Bizet; su Cavaradossi en Tosca, su avasallante Des Grieux de Manon Lescaut, la presencia escénica de su Calaf, de Turandot; su temeridad y arrojo en los roles wagnerianos de Tannhäuser, Lohengrin y Parsifal. La revitalización de la zarzuela con la pléyade de colegas contemporáneos suyos; su exitosa decantación como director de orquesta y no sólo en el repertorio operístico. Es el cantante que más ha incursionado en el género de la ópera filmada, solicitado rigurosamente por Franco Zeffirelli, Jean Pierre Ponnelle y Francesco Rosi, entre otros, en sus imbatibles Traviata, Carmen y Otello.

Aventuras artísticas

No nos caben en este espacio sus numerosas aventuras en otros géneros y formas televisivas, concertísticas, teatrales, gerenciales, altruísticas, pedagógicas. Sin embargo, hoy me parece urgente recordar que lo vimos amarillo de polvo de escombros y tristeza recorriendo las devastadas calles de Ciudad de México ayudando en el rescate como valerosa superación de su duelo personal (cinco parientes perdió en la catástrofe). Imperfecto, a ratos casi irresponsable en sus prestaciones vocales así veo al cantante en sus falencias, pero no puedo refutar su inagotable y verdaderamente increíble energía. Domingo hoy tiene 78 años.

Plácido Domingo contra el beso de ToscaLas carreras de otros afectados por el implacable movimiento reivindicativo femenino (los directores James Levine, Charles Dutoit y Daniele Gatti, aunque la de Levine proviene de denunciantes de su mismo sexo), con todo respeto y todo lo importantes que son, no tienen la dimensión ni trascendencia ni la proyección de audiencia de la de Domingo. El cantante es universalmente reconocido.

¿Podrá con todo ello la corrección política, la reivindicación de derechos e integridades personales que a ratos pareciera ser más importante que una vida y una obra artística? ¿Echaremos a la hoguera voz, hitos, grabaciones, impronta artística de Domingo en aras de una causa muy encomiable, pero de arduas comprobaciones y lejanas datas en el tiempo? La carrera larguísima de Domingo ¿hará que tras vencer tantas veces en escena a la devoradora Turandot, ahora perezca por denuncias de exceso carnal? Tras tantas noches de gloria como Cavaradossi, ¿lo destruirá un indomable beso de Tosca defendiéndose de un abordaje no consensuado? Debo decir que personalmente lo dudo.

Algo debería preocuparnos acerca del presente y del futuro de nuestros parámetros morales cuando nos comportamos ofendidos y tenaces por la corrección de nuestras conductas sensuales, y somos tan tolerantes y hasta indiferentes cuando eminencias y personalidades ostentan comportamientos o historias ligadas a tendencias políticas o sistemas de dominación premodernos, represivos y hasta criminales. La historia gasta tiempo disculpando o justificando a Richard Strauss, Jean-Paul Sartre, Herbert Von Karajan, e incluso hoy a Gustavo Dudamel, por sus filiaciones, apoyos o cómplices silencios a autoritarios totalitarismos. Y ¿no se partirá una lanza por Plácido Domingo? ¿O es que la moral no sólo tiene color ideológico, sino también género?

Por Einar Goyo Ponte

 

Redacción La Nota Latina
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