Podríamos decir que la vida radica en muchas cosas, pero innegablemente: pedir, buscar, rogar, y, al final, una oración de despedida, forman parte de ella. Nos damos cuenta de lo que somos y hemos sido, naturaleza humana, perecedera y trascendente, a la vez, que necesita de la memoria para atestiguar la propia fragilidad y entereza.
Pensando en la frágil línea
He hecho un testamento.
Soy intenso, por supuesto
me arrodillo. Guardo mi puerta
al mediodía y en la madrugada.
Estoy tranquilo, pero me preocupan mis deseos.
He subido montañas,
traído pan, una mesa, una ventana,
debo reconocer, a veces, una bolsa de hambre
o una cucharadita de tierra para el día,
cuando llega oscurecido y
no todos estrechan las manos,
instalan bisagras y un candado de hierro.
Punto y contrapunto piso una línea delgada
plumas de hierba partidas tan finamente
que pierdo el hilo. Ordeno mi caja de doce
libros blanco y negro, donde he anotado,
lijado, engrasado, cepillado,
plantado un jardín, construido una pared,
apaciguado corazón salvaje, coleccionado objetos raros,
perforado un pazo, iluminado y sacrificado palabras.
En un estante abierto guardo mi caja,
su clave está en la cerradura.
Lo dejo allí para que la abras y leas,
cómo todo, lentamente,
tan lentamente como me hicieron las cosas
el mar, un jardín, palabras,
libros y un hogar con caras luminosas,
las ventanas hacia un mundo nivelado por el viento.
Tal vez, llegó el momento de
empacar la luna y desmantelar el sol.
Hasta el último día, perseguiré lo que aún no se ha revelado.
Por el momento, permanezco
en aquello que no es menos literal que figurativo,
la hora del día cuando la luz no falla.
- El virus nos dejó en blanco, un poema de Eduardo Escalante - marzo 27, 2020
- El mal no se levantó del infierno, un poema de Eduardo Escalante - marzo 20, 2020
- Escribiendo cosas en silencio, un poema de Eduardo Escalante - marzo 6, 2020