El tiempo tiene su cadencia, a veces intenso, otras fugaz, otras extraordinariamente lento. Heidegger nos dirá: Si el tiempo encuentra su sentido dentro de la eternidad, entonces el tiempo debe ser entendido comenzando con ella.
Partimos al alba
En la pequeña ajetreada
galaxia del jardín,
donde los claveles
son todos de color rosado brillante
y toman el sol como planetas
en la luz de la mañana.
Miras
el camino bajo un cielo
no siempre prístino.
Los ojos escuchan
los tonos altos y bajos para comprender
lo imperfecto perfecto,
aunque los zapatos gimoteen.
Sin tocar
la repetición y sin control remoto
y sin encender una luz roja.
Se omite el escape gutural
de un largo túnel
y las malas hierbas.
Se presiona el suelo
en el orden preciso. Nada se traduce
en una inclinación.
No hay tiempo para doblegarse
a las fluctuaciones de las estaciones,
es batalla de voluntades.
La cara fresca mirando
al frente
con instintos gruesos.
Cada día eligiendo
los botones anaranjados y alzados hacia
algún rincón del universo o de este suelo
Jugamos
el juego “a ti te toca”
sin canturreo solipsista.
Parece ayer
y son veinte perfectos finitos.
Veinte.
Se siente,
veinte años
no han sido nada.
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