Seis hechos trágicos que involucraron a estudiantes de la casa de estudios en Manhattan encendieron el debate sobre el estrés y aislamiento al que son sometidos los jóvenes de las instituciones educativas de primer nivel.
Una alarmante ola de suicidios y supuestas sobredosis que involucraron a miembros del alumnado de la Universidad de Columbia ha reavivado el debate nacional sobre el nivel de sobreexigencia al que son sometidos los estudiantes universitarios del país, sobre todo aquellos que pertenecen al más alto escalafón en lo que respecta a instituciones educativas.
Tres de los trágicos sucesos sucedieron el pasado mes de enero. Dos de ellos se sospecha que han sido sobredosis, mientras el tercer caso es el de una estudiante de intercambio proveniente de Japón que saltó desde el séptimo piso de su residencia en Brooklyn.
Las otras cuatro muertes ocurrieron una por mes en el transcurso de septiembre a diciembre de 2016 e incluyeron a un promisorio estudiante de periodismo de 21 años, un joven veterano de la Marina de 29 años, un estudiante proveniente de Marruecos y un estudiante de primer año de Misuri, de sólo 18 años.
Este último, llamado Taylor Gilpin Wallace, levantó el alerta en su familia al asegurarle a su madre, mediante una videollamada, que quería desesperadamente «saltar desde una ventana», días antes de abandonar sus estudios, regresar a su ciudad natal y colgarse en el sótano de su hogar familiar.
Apuesto y atlético, Taylor parecía tener el mundo a sus pies, consagrado como una prometedora estrella de fútbol americano de su colegio secundario, en la ciudad de Brookfield, el abanderado y mejor estudiante no tuvo inconvenientes en ser aceptado en Columbia dado su historial académico y deportivo.
En diálogo con el New York Post, su madre aseguró que el joven tenía su vida planificada desde muy temprana edad: «Quería ser un cirujano del corazón y hacer lo imposible para cumplir con sus objetivos».
Pero dos meses después de mudarse a su residencia universitaria, Wallace abandonó su sueño y volvió a Misuri, donde se produjo el macabro desenlace final. «Tienes un niño que llega desde el corazón de los Estados Unidos y se rodea de otros que ya tienen un círculo social armado y con quienes no logra conectar», comentó la madre de Taylor. «Él era popular en casa, pero no en Columbia».
Distintas fuentes entrevistadas en el campus de Morningside Heights, donde sucedió gran parte de los hechos trágicos, aseguran que las posibles causas detrás de los suicidios y supuestas sobredosis son el implacable estrés académico y la ausencia de programas que ayuden a tratar la salud mental de los estudiantes.
La seguidilla de muertes cobró a su primera víctima el pasado 6 de septiembre, cuando Uriel Florez, de 29 años, se disparó con una escopeta minutos antes de que su madre regresara al hogar familiar de Nueva Jersey.
El veterano de guerra que sirvió en Irak y Afganistán dejó más de veinte cartas suicidas detrás, agobiado por la depresión y el estrés postraumático. Su hermana aseguró que la exigencia académica de Columbia, en comparación con la de su escuela anterior, donde era un alumno destacado, fue la gota que rebosó el vaso.
El tercer caso involucró a Nicole Katherine Orttung, de 21 años, quien el pasado 22 de noviembre se quitó la vida en su hogar familiar de Airlington, Virginia. La prometedora periodista tenía en su haber más de 100 artículos publicados con el foco puesto en las injusticias sociales.
El 18 de diciembre, le siguió el cuarto caso, que tuvo como protagonista a Mounia Abousaid, una estudiante de Literatura proveniente de Marruecos que fue encontrada muerta en su residencia universitaria con una bolsa plástica alrededor de la cabeza.
El quinto suicidio se conoció el 18 de diciembre, cuando Yi-Chia Chen, una estudiante de intercambio de la universidad de Waseda de Tokio, saltó desde el séptimo piso de su residencia en la ciudad de Brooklyn.
Las últimas dos muertes fueron catalogadas de manera preliminar por las autoridades como sobredosis e involucraron a Ezekiel Reiser, de 21 años, quien murió el 21 de enero, y a Daniel Andreotti, de 20 años, quien fue encontrado muerto en su dormitorio estudiantil el pasado 23 de enero. En ambos casos, se encontraron sustancias prohibidas y parafernalia de droga en las escenas de los hechos, aunque todavía se esperan los resultados de toxicología para confirmar las sospechas de abuso de sustancias.
A pesar de que parte de las víctimas vivían a cuadras de distancia, al parecer no habría indicadores que señalen que los protagonistas de los suicidios se conocían entre sí.
La Universidad de Columbia no ha emitido un comunicado oficial con respecto a las muertes y se ha limitado únicamente a compartir cartas de condolencias para honrar a las víctimas por medio del decano de la institución, James Valentini, en las que se evitó mencionar las palabras «suicidio» y «sobredosis».
Tras la pérdida de vidas de jóvenes promesas que parecían tener un futuro asegurado, las familias de las víctimas reclaman mayor involucramiento de la universidad en cuidar de sus alumnos, quienes abandonan su hogar a muy temprana edad para enfrentar un enorme desafío, en muchos casos, completamente solos.
La familia de Taylor Wallace creó una fundación para la prevención de suicidios con la finalidad de generar conciencia y ayudar a prevenir otras tragedias. «Él nunca experimentó el fracaso y tenía tanto miedo de fallar», concluyó la madre de Wallace.
Fuente: infobae.com
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