En mi reciente viaje a Venezuela, me di cuenta de algo interesante: “nunca llueve a gusto de todos”, y ustedes se preguntarán a qué viene este adagio, Marybel. Pues les cuento que creo que puede resonar con algunos de ustedes.
Durante mi estadía en mi amado país, comprobé una verdad universal: nunca llueve a gusto de todos. Este refrán nos recuerda que no todas las cosas tienen que ser del agrado de todos, y que cada persona tiene sus propias percepciones y experiencias. Al comprender que es difícil satisfacer a todos, fomenta la aceptación de la discrepancia y la búsqueda de soluciones que equilibren las necesidades y deseos de diferentes personas.
Entonces, al regresar, me enfrenté a ciertos temores basados en comentarios negativos que había escuchado sobre la recepción en el aeropuerto en las redes sociales relacionado con el trato humillante solo por el hecho de venir de Estados Unidos. Sin embargo, les comparto que mi experiencia fue completamente diferente. El personal de inmigración fue amable y profesional, y me recibieron con cortesía. No te ven la cara porque el protector del vidrio no lo permite.
Este recordatorio me lleva a reflexionar sobre la importancia de vivir nuestras propias experiencias y no dejarnos influenciar demasiado por las opiniones de los demás. Cada uno de nosotros tiene su camino y perspectiva, y es importante aprender a confiar en las vivencias individuales.
Para mis compatriotas venezolanos que puedan estar leyendo este mensaje y que esperan que describa situaciones, lo único que les puedo decir es que cuando regresas, ya nada es lo mismo; estás dividido en dos realidades, y que mi amada isla de Margarita está en blanco y negro, lo cual duele mucho porque la viví en colores. Con eso pueden sacar sus conclusiones. Mi intención es no quejarme, sino extraer las enseñanzas de todo y aplicármelas. Quiero transmitirles que, a pesar de los desafíos y cambios que puedan experimentar al regresar a casa, siempre hay belleza y amor para apreciar. Me quedo con el cariño genuino que recibí de mi familia, amigos y de mi pueblo: Altagracia, mi Macondo.
Es indescriptible la sensación cuando llegas y recorres ese amplio corredor ya desgastado por el caminar de millones de la obra de 2,608 metros cuadrados de Carlos Cruz-Diez «Cromointerferencia» en el aeropuerto Simón Bolívar de Caracas; es como si trascendieras tus pasos y dijeras: “¡Realmente nunca me he ido!”. O cuando te levantas escuchando las gloriosas notas del himno nacional y te dices: “¡Espere mucho tiempo!”. Siempre llevarás contigo un pedazo de tu país en tu corazón.
En la Biblia, en ese libro al que siempre hacemos referencia, encontramos en Proverbios 3:5-6: «Confía en el Señor de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas.» Que este mensaje te inspire a seguir adelante con confianza en tus propias experiencias. Recuerda, nunca llueve a gusto de todos, pero podemos encontrar belleza y lecciones en cada situación.
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