Ayer, un poema de Eduardo Escalante | La Nota Latina

Ayer, un poema de Eduardo Escalante

La nostalgia es muy importante, insinúa Kazuo Ishiguro, aunque seamos clones con los días contados. Los mecanismos de la memoria son muy especiales, son un tejido de verdad y sueños, el presente lo teje a veces de día y otras de noche.  Al crecer descubrimos un mundo mejor que ése, pero hay tantos instantes en los que recordamos y deseamos que volviera ese otro mundo mejor. No se puede confiar del todo en los recuerdos, a menudo las circunstancias en que los rememoramos los tiñen de matices diferentes, pero nunca se pueden condenar al olvido, tal vez la última lectura de vida nos diga, ese ayer es el ayer.

 

Ayer

 

En algún punto se empieza,
evocando tal vez desatinos.

Puede ser la trampa de la nostalgia

Lo confieso, confieso. Es mi impulso

Siempre libre
(y siempre atado. decisión propia)

Nunca príncipe de causa alguna
más bien admirador de pastor de crecido rebaño.

Mi infancia no vio mis pantalones alargarse.

Quizás van Gogh la pintó
y pueda recordarla.

(un techo con estrellas, una silla con cojera,
una cocina con olor a carne y camote,
luz de una vela en orfandad).

El tiempo me permitió acarrear sacos de preguntas,
apilarlos en un rincón, no había espacio para más.
Fui encaramándome sobre voces que navegaban,
intentando trepar misterios de esa edad.
Lucidez no siempre acompañaba.

(Me asustó lo de siempre: la cama sin ternura)

En ese otro día, bajé ruta de plano plegado,
subí líneas en busca de una torcedura
todo con compás no hallado
y mapa de emociones confundidas
Sin importan lo que hubiere a la vuelta de la esquina.

Con la gracia entre todos repartida
muchas veces acerqué mi oído sobre el viento
para escuchar las aves que se había ido.

(A veces truenos oscuros no me dejaban oír,
no pude aplicarme y saber si había algo solemne.
Trazos quedaron amurallados. Sólo puedo mito.

Caminaba con perro colgado de mi brazo.
Agua, luz, cielo andaban presurosos
con sus cantos acompañaban mi alargado corazón.

Vi perder la gracia de quienes uno no esperaba
como rebaños se alejaban hacia rumbo sin fin.
Al otro día las campanas anunciaban
que agua dulce se podría beber
con saciada sed uno podía descansar.

Subí otra vez las escaleras de todos,
a veces lento, otras, acompañado,
dejando que el tiempo no desgastara mis miradas,
bajando con sueño ayer realizado
para despertar en la plaza sin cadenas.

 

 

Eduardo Escalante
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