El senador Marco Rubio, republicano, radical defensor de la libertad de portar armas y largamente financiado por el poderoso lobby estadounidense, tuvo que escuchar la inquisitorial pregunta hasta tres veces consecutivas: «¿Va a seguir aceptando donaciones de la Asociación Nacional del Rifle?». La tensión cortaba el ambiente. Ocho días después, y a pocos kilómetros del instituto de Parkland donde Nikolas Cruz había segado a balazos la vida de diecisiete excompañeros, uno de los supervivientes de la matanza, Cameron Kasky, esperaba impasible la respuesta del congresista hispanocubano. Bajo la vigilante mirada de los millones de personas que contemplaban el debate televisivo de la cadena CNN, un vacilante Rubio defendió el derecho a que la NRA formara parte de su agenda política, pero, también, aceptó por primera vez reformas legales que había combatido repetidas veces. Como la de elevar la edad mínima para poder comprar armas.
No es la única imagen de que una improvisada reacción adolescente ha sacudido la pétrea manera con la que Estados Unidos había afrontado hasta ahora su gran encrucijada, la de las miles de muertes violentas que asume cada año como si de una condena del destino se tratara. El mismo día, Donald Trump recibió a una representación de padres, profesores y alumnos de la atormentada Marjory Stoneman Douglas High School. Un descarnado encuentro que impactó en el poco impresionable presidente, según su propia confesión. La Casa Blanca ha reaccionado con propuestas para restringir la compraventa, así como la posibilidad de armar a los profesores ya experimentados en su manejo. Al margen de cuál sea el alcance definitivo de las medidas, el debate está abierto en canal. Como si asumiera un pretérito fracaso de no haber sabido proteger a los más débiles, la sociedad estadounidense parece despertar con la exigencia de comprometidos jóvenes que exigen «un control efectivo» de las armas. Que la andanada haya surgido en el corazón de Florida, uno de los estados más conservadores, y no en las grandes urbes de las costas del país, de mayoría progresista, apuntala la autenticidad de un movimiento bautizado por sus promotores como «NeverAgain» («Nunca más»). Hasta el gobernador de Florida, Rick Scott, también republicano, se ha situado a la cabeza de la manifestación con el anuncio de un plan para proteger a los colegios.
Imparable
El día de San Valentín de 2018 pasará a la historia del país como el detonante de un levantamiento estudiantil con pocos precedentes. Una revuelta pacífica de la llamada generación Z, la nacida después del año 2000, capaz de conectar y movilizar en segundos a miles de estadounidenses mediante el experimentado manejo que demuestran los nativos de las redes sociales. Miles de adolescentes avanzan hoy en la senda que no lograron abrir los padres y profesores de la escuela elemental Sandy Hook (Newtown, Connecticutt) en 2012. Entonces, el impacto emocional de toda una nación, paralizada por el asesinato a quemarropa de más de una veintena de niños, quedó engullido por la misma polarización ideológica que ha bloqueado durante años cualquier iniciativa para prevenir tragedias. A pocos se les va a ocurrir cuestionar el fondo de la segunda enmienda de la Constitución, que consagra el derecho a portar armas, tradición e identidad de un país único, pero la adopción de medidas legales parece imparable.
El movimiento estudiantil surgió con la inesperada espontaneidad con que menores de edad tuvieron que asistir a la muerte en directo de sus compañeros. La misma que en pocas horas llevaría ante el Capitolio de Washington a cientos de jóvenes que, procedentes de colegios de alrededor, respondieron al grito viral de los levantados en Parkland. Rostros significados en el instituto abandonaron ese día su anonimato nacional para lanzar un desafío a la clase política. En medio de un profundo impacto emocional, jóvenes como Delaney Tarr, Emma González y Alfonso Calderón, resumían su lamento en esta frase: “Hemos recibido muchos apoyos y muchas oraciones; ahora queremos acción, un cambio real”.
Donaciones
El movimiento estudiantil apenas ha dado los primeros pasos. Nadie está dispuesto a dejar marchitar una reacción que ya ha comprometido a las instituciones. Con el respaldo de más de cuatro millones de dólares en donaciones, que aportan personajes célebres como George Clooney y su mujer, Amal, además de Oprah Winfrey y Steven Spielberg, los líderes estudiantiles avanzan en su propósito. No sin mostrar un indisimulado recelo por la pureza de su causa frente a intoxicaciones ideológicas, como la seducción del dinero procedente del liberal Hollywood. Al igual que se han visto obligados a combatir ataques ultraconservadores como el que acusó a David Hogg, otra de las caras visibles del movimiento, de ser un actor a sueldo que ya había participado en otras movilizaciones de la izquierda.
Nada que vaya a desviar de su combate a quienes se han comprometido a no bajar la guardia. Tras su activa presión a los congresistas de Florida y de Washington, los alumnos de Parkland se incorporan mañana a clase. El instituto reabre sus puertas, pero no cejará en su lucha. El 14 de marzo, cuando se cumpla un mes del trágico tiroteo, será el epicentro de los diecisiete minutos de silencio, uno por víctima, que guardarán los centros de todo el país. El 24 de marzo, se espera que cientos de miles de jóvenes acudan a su llamada en el Mall washingtoniano, donde el Capitolio puede ser testigo de la mayor movilización a favor de restringir las armas de la historia reciente. El 20 de abril, coincidiendo con el 19 aniversario de otra de las grandes tragedias del país, que costó la vida a doce estudiantes y un profesor en la escuela de secundaria de Columbine (Colorado), los estudiantes de Parkland intentarán mantener viva una llama con la que pretenden asegurarse de que sus compañeros no murieron en vano.
FUENTE: abc.es – Manuel Erice Oronoz, corresponsal en Washington.
Foto: Twitter
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