En el mundo que solemos llamar occidental y cristiano, millones de personas celebran anualmente, con regalos, banquetes, abrazos y buenos deseos, la Navidad. Las costumbres y rituales difieren en las diversas regiones y, al paso de los siglos, surgen nuevas formas de celebrar. Árboles, guirnaldas multicolores, pesebres, velas, aguinaldos, villancicos, postales y platillos típicos, son hoy día parte de esta práctica universal. En medio de las tensiones de la vida diaria y de una pandemia global, la Navidad ha pasado a ser una mezcla de emociones y esperanzas, influenciada por el estímulo de las estrategias subliminales con que la industria y el comercio nos incitan a comprar, a través de la propaganda masiva. Nos entregamos a ese ritmo casi angustiante, trazado por el mercado. Planeamos cenas, parrandas, vacaciones e invocamos el poder del dinero en efectivo o a crédito, poco o mucho. Agotamos hasta el último recurso para satisfacer nuestro apetito consumista y el del entorno familiar y social. Y a juzgar por lo visto, parece ser que la Navidad devino en un carnaval anual de emociones y excesos etílicos, en jolgorios de sensaciones reprimidas adornados con lucecitas de colores. ¿Algún parecido con los tiempos paganos?…
La expresión latina Nativitas, o natividad, nos remite a un “rey salvador” que llamamos Jesús. La biblia no menciona una fecha específica para su nacimiento ni promulga su celebración. Por generaciones, hemos oído la historia de un niño pobre, nacido de un humilde hogar en una pesebrera. Y ¡vaya coincidencia!: de una familia inmigrante como las de hoy; huyendo hacia o en un país extranjero, a través de fronteras, desiertos, mares o montañas. Fugitivos de los fanatismos políticos, religiosos o raciales que las épocas parecen repetir cíclicamente. Circunstancias estas de fondo que en los tiempos de Jesús, cobraron finalmente su vida a los treinta y tres años. Oímos que ese niño llegó para ser “la luz del mundo”, encarnando la justicia, la esperanza, la solidaridad y la paz. Que su sacrificio en una cruz, estaba predestinado a redimir a la humanidad del pecado y a salvarla a través del amor. Reyes y villanos, ricos y pobres, han abrazado por centurias sus enseñanzas, aunque su humana condición, les impida seguirlas tal cual.
¿En dónde radica el misterio de esta historia? Son muchas las religiones y los mitos proclamados a los cuatro vientos desde los tiempos paganos. La Navidad, es una evolución de la celebración romana de las Saturnales o fiestas en honor al dios Saturno, con las que coincidía. Otros pueblos de la antigüedad en el viejo mundo, al igual que los imperios prehispánicos del nuevo mundo, acostumbraban celebraciones que además de festividades populares, incluían rituales sagrados y hasta sacrificios humanos y de animales, a los dioses. Históricamente, todas las culturas han agradecido con ritos y ofrendas a sus deidades, por los bienes recibidos: vida, cosechas, fertilidad, etc.
Es innegable hoy que el advenimiento del cristianismo marcó una diferencia fundamental entre las oscuras épocas pretéritas y el mundo presente, a través de un mensaje nuevo basado en el amor humano que predica la igualdad de los hombres, paz, solidaridad y justicia. Más allá de las interpretaciones religiosas, millones de hombres y mujeres creen en ese mensaje. Otros prefieren ignorarlo. Sin embargo, la sola prédica de la hermandad en un mundo ideal, dista mucho de la realidad presente a nivel global.
Mientras las luminarias navideñas sigan brillando en vidrieras, puertas o jardines y los anhelos que ella representa no encarnen en el corazón de la humanidad, continuaremos en la oscuridad. Seguiremos buscando el regalo más costoso en las súper-tiendas o redes cibernéticas, olvidando que el más preciado, se encuentra en el interior del ser humano y debería compartirse, sin sofisticadas envolturas. Si las familias no se unen, los hijos pródigos no regresan, los pueblos no se entienden y los odios humanos de toda índole no se apaciguan al calor del perdón y la tolerancia mutua; la navidad seguirá siendo para muchos, sólo una festividad más; desconectada de su verdadero significado. Porque ella, además de una ocasión alegre, debería ser ante todo, un tiempo de reflexión, rectificación y renovación. En esta y las que han de venir, “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” y también a quienes la magia del espíritu navideño aún no ha tocado.
Por: Julio C. Garzón
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