Desde finales de octubre se percibía el ambiente navideño. Las primeras gaitas anunciaban que los tiempos venideros eran para la alegría, el bullicio y la algarabía, la emoción de los preparativos, el tiempo de las luces, el colorido y del olor a papel de regalo, de los comercios llenos, de gente cargada con bolsas, del panettone, de las casas oliendo a hallacas, torta negra y dulce de lechosa. Atrás quedó eso en esta Venezuela de 2015.
Emprendo mi día de asueto dominguero rumbo a un centro comercial desprovisto de cualquier tipo de decoración, ni música, sólo silencio. En el nivel feria encuentro al único local que está animado de espíritu festivo y sus vitrinas radiantes muestran a un San Nicolás escuálido como presagiando lo que se vive adentro. Me reciben con palabras amables, hablándome de las ofertas de Navidad, del sector dedicado a los juguetes y pare de contar, invitándome a pasar. No podía salir de mi asombro, era la única persona en una tienda inmensa que en años anteriores ni saludo te daba.
Mientras los vendedores se esforzaban en mostrarme la mercancía, sólo alcanzo a decir: ‘Que bello todo y qué belleza de precios’. Ellos sonríen, pero ese es el drama que todos afrontamos. Y empiezo a reflexionar. No se trata de ser consumista, Navidad es mucho más que regalos, comida, fiesta y estrenos. Oyendo la radio, un médico neurólogo hablaba a favor de los pacientes con la enfermedad de Parkinson que no tienen tratamiento desde hace semanas. El locutor le pregunta si han tenido respuesta del gobierno o el sector oficial y el hombre hizo mutis y su silencio lo dijo todo. Habló entonces de las consecuencias de estar sin medicación para afrontar este terrible mal. Y remata diciendo que así con todas las demás áreas de la salud, la gente está muriendo por falta de medicamentos, de atención médica, de mengua. Y el locutor apuntó ‘no hay dólares para eso, pero si para que El Sistema de Orquesta pasee por el mundo y para quien sabe qué más’. Referencia a la obra del Maestro Abreu y su extraordinario presupuesto multimillonario.
¿Cómo celebrar Navidad en un país marcado por la inseguridad, la muerte, la violencia y una inflación híper galopante? Ni siquiera el sueldo mínimo alcanza para comprar un juguete promedio válido para un niño o un adorno navideño. Un árbol de navidad cuesta casi 19 veces un salario mínimo, sólo el pinito de plástico. Ni hablar de la ropa, los zapatos o el ajuar para los estrenos del 24 o del 31 de diciembre. Sinceramente, se nos arruga el corazón no saber cómo las familias resolverán estos preparativos de fin de año si se la pasan en colas terribles, sólo para proveerse de los alimentos básicos o de medicina.
Entonces me recuerdo de un análisis que leí una vez sobre el fenómeno de la resilencia entre los judíos que lograron sobrevivir al exterminio en el campo de Auschwitz-Birkenau, una experiencia dantesca e imborrable para la humanidad. Muchos de ellos rehicieron sus vidas, fundaron familias, se educaron y ejercieron carreras en todos los ámbitos de la vida con grandes logros e impactaron el mundo con avances de todo tipo y nos legaron obras eternas. La Segunda Guerra Mundial marcó a millones de personas por el horror y la desgracia y la humanidad pudo sobrevivir igualmente y rehacerse de entre las cenizas. Incluso países como Japón –bajo las bombas atómicas- o la misma Alemania que debió sobreponerse a la vergüenza y abrazar valores más positivos.
Como venezolanos tendremos que aferrarnos a esa capacidad de sobreponernos a situaciones adversas –tal como se define la resilencia- y fortalecernos en espíritu y conciencia. En psicología positiva, la resilencia es esa capacidad interna que permite superar los períodos duros de la vida, la pérdida, el dolor.
Frente a una situación económica tan adversa como la que vive mi país, Venezuela, no nos queda otra. Laureno Márquez –a través de su análisis agudo con gran sentido del humor- apunta que los venezolanos somos los mejores entrenados en el planeta como para afrontar una travesía al planeta Marte. Nos las arreglamos ante la escasez de lo básico, ingeniamos paliativos para la falta de desodorante o nos acostumbramos a sustituir proteínas por harinas o lo que sea con tal de garantizar el sustento familiar. Quizás podamos enfrentar una mesa sin hallacas, sin panettone o podemos brindar con algo menos costoso que un vino. Adornar la casa con lo viejo, sacar las perchas guardadas y transformarlas diciendo que impera ‘lo vintage’. Pero ¿podremos afrontar la muerte por indolencia, por falta de atención en una clínica? ¿Hacernos los ciegos con una realidad que nos golpea en el rostro y en las entrañas más allá del bolsillo?
Este año seguro confiaré más en que el Creador oiga la súplica, nos dé fortaleza y que el verdadero espíritu navideño prevalezca más en el corazón que en lo comercial. Que haya más conciencia, más compromiso del venezolano con su propia realidad. Seguro que como país encontraremos la solución a una situación causada por nosotros mismos, cuando entregamos nuestro poder a otros y dejamos perder todo aquello que una vez tuvo significado. El 6 de diciembre ojalá se llenen las mesas electorales y todas las boletas de votación cuenten con firmas y huellas dactilares. Y que no pase como en tantas navidades, que al ir a votar era la única firmante en la página del cuaderno de votación. Mientras los otros celebraban con gaitas, comedera, paseos y regalos, el país se nos iba por la cloaca.
Evelyn Navas
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Fotos de pixabay.com
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