El gran pintor inglés era un genio, un atrevido, un precursor. Un hombre que supo romper con la estética preestablecida de la época y esquivar las reglas sociales que no le convenían.
Cuando entré en la sala de cine del Tower Theatre y empezó la película, por unos momentos pensé que me había equivocado. Todo coincidía, el ambiente, la época, el país y sin embargo, él, no se parecía a él. O mejor dicho, no se parecía a la imagen que yo me había hecho de él. La culpa no era del actor, Timothy Spall, pues dio una interpretación magistral ampliamente reconocida. Por esta película, obtuvo el premio como mejor actor, en el 2014, otorgado por la Online Critics Society, el Sevile European Fim Festival, El European Film Awards, el Cannes Film Festival, y en el 2015, por la National Society of Film Critics’ Awards y el London Critics Film Awards. Su gran actuación es indiscutible. La culpa definitivamente no era del actor. Yo no reconocí al personaje porque, para mí, él no era así y punto.
Cuando admiras una persona, empiezas a distorsionarla, los defectos disminuyen a tal punto que desaparecen, y las virtudes se exaltan. El efecto aumenta si esa persona vivió en una época en la que no existían ni google, ni faceboock, y apenas se estaba experimentando con las cámaras fotográficas. La fantasía y la idealización se dan la mano y te entregan un mito, un dios que tú mismo has creado. Muchas veces ajeno a la realidad. Quizás éste haya sido el caso.
El personaje al que me refiero es el gran pintor inglés Joseph Mallord William Turner (1775-1851). La película, de Mike Leigh, se titula Mr. Turner y explora los últimos veinticinco años de su vida.
Turner era un genio, un atrevido, un precursor. Un hombre que supo romper con la estética preestablecida de la época y esquivar las reglas sociales que no le convenían.
Lo suficientemente loco para hacerse atar al mástil de un barco en plena tormenta porque quería pintar sus efectos.
El resultado fue una obra maestra. El cuadro titulado Tempestad de nieve en el mar (y cuyo nombre completo es Tormenta de nieve: un vapor situado delante de un puerto hace señales en aguas poco profundas y avanza a la sonda) es un oleo sobre lienzo y se conserva en la Tate Gallery de Londres. Para mi es arte abstracta, la disgregación de la figura y la mera expresión de la fuerza del color.
La primera vez que vi la obra, yo rondaba los veinte años y nunca había escuchado hablar de Turner. Pensé que se trataba de un pintor contemporáneo. Luego leí que la obra era de 1842. El artista es un vidente, pensé, y me perdí en la luz del cuadro.
En 1844 pintó otra obra maestra: Lluvia, vapor y velocidad. El gran ferrocarril del Oeste, oleo sobre lienzo, conservado en la National Gallery de Londres.
Estos dos cuadros van más allá del arte y de sus conceptos. Trascienden la forma y la técnica. Describen la mera sensación obviando el objeto representado. Lo que el ser humano percibe cuando desaparece el concepto de geometría. Lo que entra dentro de uno, sin necesidad de definición, y que nos llena de emociones diversas. Por eso considero Turner un genio: porque vio la supremacía del color y de la luz sobre la mera representación. La vio atado al mástil del barco, o en sus paseos a lo largo de la costa, o en los atardeceres del muelle. Se convirtió en Luz. Sus últimas palabras fueron The sun is God, el sol es Dios. Lo llevaba en el alma.
En su obra, no solo está plasmado el mundo abstracto sino también la industrialización. Hoy día vemos con indiferencia la imagen de un ferrocarril atravesando un puente, pero para los ojos de Turner debió ser una especie de milagro de la ciencia. Esa máquina tan poderosa, que luego fuera símbolo para los futuristas, era para Turner un elemento nuevo, un emblema de los tiempos, sus tiempos, que estaban cambiando.
Me deleita ver su interpretación de cómo la máquina va apoderándose del paisaje. Puedo sentir la admiración que sintió por ella. Para quienes nacimos después de la época industrial, es más, para quienes vivimos en un mundo virtual, nada nos sorprende. Amo Turner también por eso, porque me hizo entender como debieron haber sido los sentimientos de quienes presenciaron un cambio tan radical del mundo.
Turner fue excéntrico. Tenia de quien heredar. Su madre fue recluida en varios hospitales psiquiátricos y el niño Turner vivió muchas veces con parientes. Tuvo orígenes pobres y un acento incomprensible. A pesar de eso logró ser miembro de la Real Academia de Artes. Nunca se casó, aunque tuvo, al parecer, dos hijas ilegitimas. Los últimos años de su vida vivió una doble existencia, una como el gran reconocido pintor y otra en Chelsea, con una viuda, Mrs. Booth, en casa de quien murió. Reusó vender sus obras por £ 100.000 para dejárselas en herencia a su patria.
En su autorretrato de 1799, aparece como una persona de labios carnosos y ojos grandes. Elegante. En cambio el personaje que viene representado en la película es vulgar, casi grotesco. Vanidoso en ciertos momentos, inseguro y acomplejado en otros. Por eso no lo reconocí.
Porque para mí, su obra fue tan espectacular, que solo pudo ser generada por un ser especial.
Estoy segura que lo era. Prefiero seguir con mi versión personal de Turner.
Mila Hajjar
milahajjar@aol.com
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