Muchas veces hemos escuchado que nuestras mentes son un campo de batalla. Luchamos con pensamientos positivos y negativos, escuchando constante y simultáneamente dos tipos de voces: las que nos animan a continuar, a esforzarnos para hacer lo mejor posible; pero también las voces de aquellos que nos desalientan, que nos dicen que nunca lo lograremos. En la actualidad estamos viviendo en una época en la que más que nunca necesitamos ejercitar una mentalidad que manifieste una actitud invencible; necesitamos adoptar una mentalidad de campeón.
Si preguntamos cuál es la definición de un verdadero campeón, surgirán muchas respuestas: un guerrero, un defensor, un partidario, un luchador, un ganador; alguien que no se da por vencido. Un campeón tiene un objetivo y sigue luchando para alcanzar el premio deseado: ¡La Victoria!
Mientras está bajo la lucha, el campeón puede estar totalmente agotado, pero el deseo de lograr su objetivo es más grande que cualquier signo de cansancio que pueda sentir. En su mente, solo hay un pensamiento fijo: intentarlo hasta conseguirlo. No importa cuantas veces se caiga, el campeón vuelve y se levanta.
En el caso de la generalidad de las personas, cuando nos caemos es el preciso momento en que tendemos a preguntarnos: ¿Valdrá la pena el esfuerzo? ¿Por qué y para qué lo hago? Nos sentimos listos para soltarlo todo y abandonar cualquier intento de hacer lo que nos corresponde.
Entonces, ¿qué es lo qué marca la diferencia entre la mayoría de las personas y esas a quienes consideramos “campeones”? Es precisamente la mentalidad que han escogido mantener. Cómo eligen ver los obstáculos y desafíos en la vida.
La realidad es que si bien es cierto que el esforzarnos no garantiza el resultado posterior, no es menos verdad que sin esfuerzo no hay resultado ninguno. En otras palabras, solamente al esforzarnos estaremos contribuyendo a la posibilidad de algún resultado: ya sea el deseado o cualquier otro.
Poner todo nuestro esfuerzo reconociendo que es la parte humana que nos corresponde para el logro de cualquiera que sea nuestro objetivo (ya sea se trate de nuestro trabajo, o relaciones interpersonales, o crianza, o estudios, o lo que sea). Esforzarnos en mejorar nuestra calidad de vida y en limitar aquello que nos afecta negativamente. Poner nuestro enfoque de esfuerzo a lo que sí podemos controlar, entiéndase nuestra propia persona y todo lo relacionado con nosotros, en lugar de poner el esfuerzo hacia afuera, tratando de controlar a los demás y/o a las circunstancias externas.
Nuestro esfuerzo debe ser un reflejo directo de nuestro compromiso para con lo que deseamos lograr. No importa los resultados, nuestra satisfacción viene del esfuerzo que hemos realizado, sintiendo que hemos hecho nuestro aporte y que al hacerlo estamos más cerca de lo anhelando. Es justo ahí cuando nos estamos manejando desde una mentalidad de campeón.
Cuando comencemos a implementar la mentalidad de campeón, nos sentiremos más positivos con respecto a nuestros objetivos y más capacitados para lograrlos. Necesitamos creer en nosotros, incluso cuando los demás no lo hagan. Necesitamos abrazar nuestros esfuerzos, validarnos y continuar en nuestro proceso para crecer y ser más fuertes. Después de todo, de alguna forma u otra, todos somos campeones. Pasamos por altas y bajas todos los días. Todos estamos luchando.
Hoy es un excelente día para comenzar a practicar el tener una mentalidad y una actitud de campeón, reconociendo que estamos siendo fortalecidos y preparados con cada tarea y cada reto, para mayores responsabilidades y por supuesto, mayores bendiciones. Para ser un campeón no se necesita que nadie venga a colocarte una banda o un título; solamente basta con que tú decidas serlo.
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