Como padres alguna vez hemos escuchado “tú lo prefieres a él”; “le diste el pedazo más grande”; “por qué a el sí y a mi no”; “siempre me regañas a mí”. Debido a que la madre comúnmente posee un contacto más prolongado al día con los hijos, es a quien le corresponde con mayor frecuencia, escuchar estas expresiones y responder en consecuencia. Y, dependiendo del manejo que se haga de estas situaciones o las respuestas que se den a estas quejas, los hijos comenzarán a experimentar, qué les corresponde o no, debido a su propio desempeño o características.
Una de las muchas tareas de una mamá, es el impartir justicia entre los hijos. La justicia por definición es dar a cada uno lo que le corresponde. Es cierto que todos los hijos merecen la misma atención, cuidado, respeto y cariño; pero es también verdad que las diferenciaciones en el trato, las recompensas por acciones positivas, la asignación de responsabilidades según capacidades no puede realizarse de manera igualitaria. Además, es innegable que cada hijo desarrolla una personalidad diferente y a partir de ello, desarrollamos una relación particular con cada uno, por tanto, se dan lugar a tratos especiales.
Pero… ¿cómo hacer para que esa relación especial sea aceptada y no menoscabe el afecto y valoración que los otros hijos sientan hacia ellos? Es aquí cuando entra en escena la comunicación clara y directa como mejor aliada. Expresar de manera abierta por qué se da un trato diferente al resto ya sea por un regalo, alguna ventaja o relajamiento en alguna norma, da cuenta clara al resto de que existen criterios y comportamientos que conllevan a esa diferencia.
Pero…¿cómo esto enseña justicia o permite la experiencia de justicia? Porque cuando usted explica, por ejemplo, que el hermano mayor tiene responsabilidades más complejas en el hogar; que cuando vienen del supermercado a él le corresponden las bolsas más pesadas; también es cierto, que podrá tener algunos beneficios por ser mayor: como hacer más salidas sociales o llegar más tarde. Pero vayamos a una característica desligada de la edad o cualquier aspecto físico. Suponga que dentro de sus hijos existen diferencias en el rendimiento académico o uno de ellos se destaca en alguna competencia deportiva o actividad artística; pues bien, es justo que, si hay una salida a comer para festejar, sea éste quien escoja según su preferencia, entre los sitios acostumbrados o un nuevo sitio, siempre que esté dentro de los límites de la economía familiar.
Las diferenciaciones que establece el trato justo dejan como consecuencia varios aprendizajes muy importantes en la vida de los hijos. Uno de ellos, el sentido de ser valorados particularmente por sus esfuerzos y cualidades, reforzando su autoestima, autoconcepto y características personales definitorias. Otro, la motivación por seguir esforzándose hacia pautas de funcionamiento que le traen reconocimiento en la familia y posteriormente en la sociedad. Y, además, desarrollar una práctica familiar donde el bienestar, la alegrías y satisfacciones vienen aportadas por cada uno de los miembros, no importando su edad. Donde cada miembro puede aprender a identificar cuál es su aporte particular, porque lo ha ido reconociendo en la medida que las acciones de justicia hacia el/ella u otro, así lo ha hecho notar.
Se ha planteado la justicia como un recurso del hombre para conseguir la armonía en la sociedad. Sin duda, una vida familiar con prácticas acertadas de justicia, contribuye a su propia armonía y a miembros desarrollándose plenamente.
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