Para mí la importancia de la palabra es tal, mucho mayor que la del dinero o las posesiones. Y como me comprometí a escribir esta columna cada quince días, llego a las carreritas con esta entrega. Ocurren las gripes, eso ocurre y entonces el cuerpo que debe apreciar al cuerpo escrito, anda con la cabeza abombada, la nariz roja –tanto que el hijo menor le llama Rodolfo y se alegra, jura de que viene la Navidad otra vez–; y los ojos le arden con la luz y por Dios, qué luz hemos tenido en Texas estos últimos días. Pues bien, un cuerpo agripado lee de manera fragmentada, este ha sido uno de mis nuevos descubrimientos.
Me la he llevado picoteando entre “Siete días de la señora K” de Ana María del Río; “Malinche” de Laura Esquivel; y retomando “La loca de la casa” de Rosa Montero. No he podido terminar de leer o releer ninguna de estas obras. De pronto todas se enredan o se hacen tediosas y es culpa del cansancio y del valor que le doy a mi palabra y al compromiso que tomé con ustedes, queridos amigas y amigos que esperan por esta columna.
Como no me gusta no cumplir, les dejaré aquí las impresiones afiebradas de estos tres libros. Porque así como es interesante saber qué surge de escribir con hambre o con sueño, también es atractivo descubrir cómo leemos cuando estamos con una pata aquí y otra en los vastos dominios de la gripe.
En primera, me gusta el tema de la palabra, pero de seguro a usted esto ya le quedó claro. Fíjese que lo que más me atrajo en estos días apaleados, fue la idea de cómo construimos el mundo mediante el uso de la palabra. La abuela de Malinalli (Malinche) es fenomenal a la hora de transmitir la potencia y la posibilidad los vocablos. He disfrutado tanto de los rituales de encender el fuego, de las voces del viento y la lluvia y de la voz humana, que forma y deforma en el proceso. Y esto se ha conectado con Rosa Montero, cuando explica que mientras que su hermana es “hacedora”, ella es “sólo palabra”. Y más allá agrega “pero es la palabra lo que nos hace humanos” (se fijó que esta vez tomé apuntes, voy aprendiendo). Discutimos sobre este libro en nuestro último club del libro y el chiste fue que la hermana de Montero es inhumana entonces, porque hace pero no con la palabra. Al rato pensé que la autora no se ha de referir a eso, sino a la sensación primitiva que llevamos de ese primer momento en que cada uno de nosotros fuimos capaces de nombrar las cosas y las cosas surgieron. ¿Cuántas veces repetimos la palabra “mamá” y la madre vino?; o ¿juguete?, y nos acercaron aquello que se nos había caído. Ha de ser por eso, pienso, que seguimos siendo entes de palabras, necesariamente, porque vamos buscando recuperar esa maravilla de hacer mundos con nuestra voz.
En “Malinche” hay una bella escena donde Malinalli quiere acceder a su futuro y para ello visita a un tlachique –que cuando busqué el término, se refería a “raspar algo” pero que en el contexto usado, más bien denota un adivino– para que le leyera los granos de maíz. El tlachique le cuenta lo que el maíz dice de ella, pero ella quiere saber más. Entonces el hombre cesa la discusión con “Ya te dije lo que el maíz habló. No veo más”. De nuevo lo que está por ocurrir viene dado por la voz.
En el libro de Ana María del Río existe, para mí, un descubrimiento del cuerpo propio mediante la palabra. La protagonista, una señora muy acartonada por traumáticas experiencias de la niñez, inicia una autoexploración aprovechando que el marido y los hijos están de viaje. El cuerpo de esta mujer, que ella misma describe como hecho de corcho, inicia una hermosa transformación hacia el tejido vivo, orgánico y anhelante del que todas estamos hechas. Así, las partes de su cuerpo que antes estaban veladas por ropajes y prejuicios, despiertan al suave tacto de sus yemas y son nombradas por vez primera.
Ya dije que no he terminado de digerir ninguna de estas lecturas y tendré que despedirme por ahora. Espero que usted ya esté empezando a leer estas obras que he comentado aquí, que finalmente esa también es la intención: compartir y motivar a la lectura.
Además, dejo planteada la intención de escribir sobre autoras independientes que hayan sido publicadas por editoriales que corren por sus propios carriles, lejos de las grandes casas comerciales. Si eres escritora, escríbeme para ver la opción de que lea y comente tus libros.
¡Bienvenido sea febrero, con sus dolores de garganta, sus nieves y sus días soleados!
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