La semana pasada tuve el privilegio de pasar cuatro días de vacaciones en Las Vegas con mi mamá con motivo de su cumpleaños. Dejamos a mi marido e hijo a cargo de la casa y de mi perrita, Sasha, y nos aventuramos a la ciudad del pecado o como le dicen los gringos, Sin City.
La última vez que había visitado esta joya del estado de Nevada fue en 2007. En esa oportunidad, según las cifras oficiales de Las Vegas Convention and Visitors Authority, la ciudad recibió 39’196.761 turistas los cuales generaron un récord de ganancias de $10.8 billones de dólares.
Once años después, en 2018, el número de visitantes fue 42’116.800 los cuales generaron $10.2 billones de dólares. Luego de comparar estas cifras llegué a una conclusión que fue evidente durante nuestra estadía.
Aún cuando el número de visitates entre los años 2007 y 2018 aumentó casi tres millones, las ganancias disminuyeron más de seiscientos millones de dólares. ¿Por qué? Porque el turismo actual de Las Vegas no se centra en las apuestas sino en el entretenimiento.
Un factor que ha contribuido a este cambio es el impulso de la industria hotelera para atraer a familias jóvenes con niños y adolescentes al igual que a adultos solteros sin compromiso.
Diariamente y hasta altas horas de la noche, vimos a parejas –con bebés en los brazos o en coches– caminando por los pasillos y entre las mesas de los casinos, respirando las bocanadas de humo de cigarrillo de los jugadores.
Por otro lado, las redes sociales les han enseñado a los viajeros a estirar cada dólar para ahorrar en alojamiento, comidas y transporte.
Aunque el famoso lema de la ciudad del pecado: “What happens in Vegas stays in Vegas” (Lo que ocurre en Las Vegas se queda en Las Vegas en español) alude a experiencias que deben quedarse en secreto, los recuerdos de los visitantes actuales son familiares y no se tienen que esconder.
Las Vegas es actualmente considerada la capital mundial del entretenimiento con espectáculos a la medida de cualquier turista y presupuesto. Sea cual sea el gusto del viajero–culinario, shows deportivos, circos de malabaristas, comediantes, cantantes o ilusionistas, la ciudad lo tiene todo los siete días de la semana.
Ahora, si la billetera está a dieta, el simple hecho de recorrer cada casino es un plan. El despilfarro en millonarias decoraciones y los shows abiertos al público general son más que suficiente. Eso sí, al que no le guste caminar rodeado de multitudes como a mí, el viaje se puede convertir en una penitencia de rodillas hasta el Milagroso de Buga.
O si lo que buscan es un encuentro con la naturaleza, pueden visitar el majestuoso Cañón del Colorado como lo hicimos mi mamá y yo. Eso sí, estén listos para soportar temperaturas de desierto que alcanzan los 115 grados Fahrenheit (46 grados Centígrados).
En el pasado Las Vegas era un destino intocable –y hasta moralmente reprochable– que causaba un hueco en cualquier bolsillo. Hoy en día compite con muchos otros por el mismo o menos precio.
Pero mucho cuidado: si tienen una personalidad adictiva, tengan cuidado con el brillo deslumbrante de los casinos y no terminen jugándose el ahorro universitario de sus hijos o la hipoteca de la casa.
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