Hace unos días conversaba por teléfono con una amiga que me comentaba – entre los miles de chismes que intercambiamos – que ella tenía un sexto ojo, uno que le asegura que, aún cuando Venezuela atraviesa uno de los peores momentos de su historia, consideraba que no tenía porque irse de su amada patria y que se negaba a marcharse de la tierra que le ha otorgado la posibilidad de forjar un hogar, construir un negocio familiar y realizarse como mujer.
Yo, que analizo toda palabra que me llega a los oídos, me pregunté ¿dónde quedó esa esencia que caracteriza al venezolano y que le asegura un mejor futuro en cualquier circunstancia que se encuentre?
Marbelis – personaje en cuestión – es una rubia que mide 1.85 metros, madre de tres niñas, esposa de un caraqueño de casi dos metros, diseñadora de una línea de ropa casual para madres e hijas (o) y además una combatiente luchadora de la cultura del venezolano, esa que se caracteriza por sonreír, por trabajar, por “buscarse la vida”, hacer negocio de donde sea, en pocas palabras… Echao pa’ lante.
Durante la escasa conversación que tuvimos me hizo reflexionar acerca del porqué emigramos y porqué decidimos quedarnos en Venezuela. Creo que no es un tema de valentía o cobardía, es algo que defino como valor.
El valor que tenemos al decir “te amo, pero estoy mejor lejos de ti” o, no muy diferente a ese sentimiento, “te amo y sigo aquí hasta que no podamos más”.
Ambos sentimientos son válidos, en un mundo libre y donde predomina la globalización, la libertad de pensamiento y de culto, considero que no es muy desacertado tomar una u otra decisión.
Y es que tu tierra, la mía o la de nuestros antepasados estuvo plagada de portugueses, italianos, españoles, libaneses que soñaron con un espacio en el que la lluvia pudiera mojar sin inundar los sueños; con un césped que fuese tan verde como para decorar un jardín público, pero no tan espeso como perderse en los matorrales, un llano tan vibrante que mueva las pasiones del más citadino y un callao tan tropical que encanta mágicamente a cualquiera.
Ese trozo de tierra de 916.445 kilómetros cuadrados enclavado en América del Sur necesita de más enamorados, de más amantes, sin importar las prioridades, sin importar los sueños. Sin importar si es fuera o dentro, simplemente contar con ese amor que la llene en cercanía y en distancia a esa tan soñada y maltratada tierra.
Aunado a esta conversación, recordé la que mantuve con otra amiga – si, lo sé, tengo muchas amistades – la expresión de esta chica fue más contundente, más seca y muy tajante “bueno mijito, este es tu país y aquí entre todos nos ayudamos y salimos para adelante Tadeo, sin importar lo que estemos pasando, tenemos la unión y eso es suficiente, eso nos tiene que ayudar”.
Esta chica, que pareciera nunca hubiera vivido fuera de las fronteras de la patria de Bolívar, estaba llegando de Costa Rica, con un morral azul esperanzado y unos brazos que hoy la han llevado a ser una gran periodista.
No ha tenido fortunas, ni ha vivido tragedias, María Carolina – mi puchin – ha sido una joven promedio de una familia clase media que le enseñó a trabajar, a estudiar, a ser honesta y por sobre todas las cosas a salir adelante ante las vicisitudes de la vida.
Hago esta introducción porque me es increíble pensar que podamos leer periódicos internacionales y ver este titular: “Venezuela vuelve a los pañales de tela y no puede comprar jabón para lavarlos” (diario español El Confidencial), abrir una noticia de manera irónica diciendo que volvemos a los años setenta es muy triste.
Pero más triste aún es no poder decir que volvemos a la Venezuela vieja, la que respetaba las normas de convivencia, la que invertía en grandes empresas, en talentos jóvenes, la que no se callaba ante la tiranía, la que era defendida en el extranjero, la que soñaban los del viejo continente.
Mi reflexión es para que salgan a buscar en el entorno dos ejemplos, dos amigas, y ponerlos en el pedestal de la casa, como lo hicimos con el futbolista Juan Arango, con la actriz María Conchita Alonso, con el maestro Abreu, el cantante Carlos Baute o el escritor Boris Izaguirre.
En nuestra agenda telefónica también tenemos dos amigas enamoradas de Venezuela que nos pueden recordar porqué quienes vivimos en el extranjero añoramos tanto ese trozo de tierra tropical.
Quiero regalarle un fragmento del poema de Mario Benedetti que más me inspira “La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegría, la humildad, la fe, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduría, los sueños, el arrepentimiento y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE… Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mí, me doy por bien retribuido.”
Hoy, gracias a estas dos amigas reitero mi compromiso con mi GENTE de Venezuela y me comprometo a todo, a enarbolar el nombre y la libertad de esa conocida tierra mágica.
Y tú ¿aún estás enamorado de esa gente? ¿Conseguiste tus dos amigas que te reconciliaron con Venezuela?
José Tadeo Bravo Socorro
Fotografías: álbum familiar cortesía de Marbelis Avilán y Ma. Carolina Naranjo
twitter: @tadebravo
Instagram: @jtadeobravo
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Excelente artículo, inevitable no sentir la nostalgia y cuestionar porque somos la generación que nos tocó vivir este caos?
El amor se demuestra en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad. Ahora que estas enferma, reconocerás quienes te aman. Estaremos contigo, cuidando de que vuelvas a florecer. Porque nada es perdurable. Este trance lo superarás y emergeras transformada de tus propias cenizas. Yo me quedo contigo, para renacer a tu lado, en agradecimiento a la vida que me has dado . Porque Te Amo Venezuela. Yo creo en ti
Otra gran artículo de José Tadeo, gracias por compartir estos contenidos que mezclan tantos sentimientos!
Querido primo,este artículo refleja gran parte de ese sentir!!! y que siempre he sentido que salir de tu país te da doble responsabilidad en todos los aspectos.Como siempre me encamto!!!