Los atentados terroristas, la represión de protestas pacíficas, las guerras civiles, los casos de corrupción, entre otros, son acontecimientos que llevan a las personas a enfrentar dilemas morales, éticos y espirituales.
Dilemas que colocan en conflicto el ser interno de aquellos que deben cumplir órdenes que van en contra de su voluntad y conciencia; órdenes que vulneran, lastiman y degradan a quienes se ven obligados a cumplirlas.
Parece adecuado obedecer a quien nos contrata, a quien admiramos, a quien seguimos, a quien nos ha guiado por años, a quien ha confiado en nosotros, pero esto es relativamente cierto, porque no todas las órdenes son correctas y justas.
Desobedecer una orden no es algo fácil, sobre todo si de eso depende nuestro trabajo o nuestra libertad, pero no hay mayor cárcel que la conciencia cuando se obra mal.
Porque a pesar de que parezca que la conciencia no tiene voz, se hace escuchar, y los actos indebidos que hemos cometido vienen una y otra vez a nuestra mente, haciéndonos perder la paz.
Tenemos el derecho a disentir, a elegir qué hacer y qué no, porque no somos máquinas ni autómatas, ninguna retribución compensa el daño psicológico que sufren las personas que son obligadas a cometer actos indignos, deshonestos, degradantes, injustos e ignominiosos.
Ningún ser humano debe permitir que una religión, un estado, una ley o un superior lo obligue a cometer actos con los que no está de acuerdo y en los cuales no desea participar, porque afectan su integridad o la de los demás.
Aquellos que son enviados a reprimir a un pueblo que con protestas exige derechos que le son propios, puede decidir no hacerlo si no está de acuerdo, y esto conlleva un crecimiento como ser humano, porque nuestra grandeza también está en la protección que hacemos de nuestros pensamientos, valores y principios.
Los que son tentados por la corrupción, tienen la opción de hacer públicos los ofrecimientos, o renunciar a sus cargos para no ser partícipes de ella.
Quienes son presionados por líderes espirituales para cometer actos ilícitos o que atenten contra su vida o la de otras personas en nombre de la fe, deben reflexionar, recordar que la vida es sagrada y que tienen el derecho a decir no, sin que eso los convierta en impíos.
Las personas que son o van a ser enviadas a la guerra, y se enfrentan al dilema moral de asesinar a otros seres humanos, pueden rehusarse a participar en ella.
Alguien que es forzado por sus jefes a maquillar balances, despedir empleados sin justa causa, contratar personas que no tienen las cualidades para ocupar un cargo, entre otros abusos, no debe cumplir órdenes con las que está en desacuerdo.
Conservar nuestra integridad debe ser siempre una prioridad y uno de los pilares sobre los que se soporten nuestras decisiones en la vida.
Los valores y principios no son ni deben ser negociables, porque el comprador se sentirá satisfecho al poder corromper una conciencia y lograr su objetivo, pero el vendedor habrá tomado una decisión que envenenará lentamente su existencia.
Los valores y principios en los que crees, los ideales por los que trabajas, el amor por ti y por los demás, deben primar a la hora de hacer una elección que puede cambiarte la vida.
Tienes el derecho a decir NO, hoy y siempre.
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