La última carta para mi padre | La Nota Latina

La última carta para mi padre

El orden lógico de la vida es que los hijos le digamos adiós a nuestros padres solamente cuando éstos mueren, excepto en mi caso. Mi padre huyó de su responsabilidad antes de que yo naciera y se escondió cobardemente tras la sombra de una nueva familia.

Tuvieron que pasar trece años y el fallo de un juez para que mi padre asumiera su rol. Ojalá la novela de mi vida hubiera sido diferente y pudiera decirles que todo se arregló, pero la realidad supera la ficción y mi padre entró y salió de escena cuantas veces quiso hasta que le apagué las luces del escenario.

El Día del Padre de 2014 estaba con mi hijo—quien tenía dos años–en el supermercado comprando la tarjeta de mi esposo cuando vi las de los abuelos. Leí una y el amoroso mensaje me hizo recordar con tristeza que mi papá no me había llamado en más de tres meses y que se había olvidado de mi cumpleaños y el de mi bebé.

No sé por qué terminé comprando la tarjeta y cuando la firmé, “Con cariño, tu nieto” me ataqué a llorar. Nunca la puse en el correo y ese día empecé el proceso para tomar la decisión de sacar a mi padre de mi vida para siempre.

Un par de semanas antes de la Acción de Gracias de ese mismo año mi papá me llamó para hablar de la economía del país y de las llantas nuevas de su carro. Solo cuando escuchó a mi bebé llorar por el teléfono me preguntó, “A propósito, ¿cómo está el niño?”

Más tarde, luego de acostar a mi bebé, le escribí a mi padre la última carta en la cual, resumí los veinte años desde que nos conocimos, y le rogué que nos liberara de esa relación moralmente obligada. Su paternidad fue un venado herido que nunca encontró el rumbo y se perdió en el bosque del orgullo y el silencio.

Aunque sentí que estaba haciendo lo correcto, pues fui la víctima de su abandono, me sentí como la villana. Actué en contra de los valores cristianos de mi crianza los cuales me enseñaron a honrar a mis padres, pero preferí pecar antes de convertir a mi hijo en otra víctima de su indiferencia.

Han pasado casi dos años y mi esposo todavía no puede creer que mi papá no haya intentado hablar conmigo. Yo por el contrario siento agradecimiento, pues creo que por primera vez él sintió amor por mí y se alejó de mi vida para no causarme más daño. Hoy mis heridas ya sanaron y puedo escribir sin llorar.

Mi padre es un fantasma—de carne y hueso–quien solamente saldrá a la luz cuando mi hijo cuestione su existencia. Lo conocí muy poco, pero mi relación con él me enseñó que amar por  obligación es perjudicial para la salud. Mantiene abiertas las heridas, alimenta el resentimiento e incapacita el corazón.

Antes de tener a mi hijo, el Día del Padre no significaba nada para mí. Si acaso era un doble Día de la Madre para mi mamá. Fue mi esposo quien me enseñó el valor de la relación de un padre con sus hijos y la importancia de este rol en el desarrollo de la autoestima y el carácter. Mi Mamá hizo lo humanamente posible para satisfacer mi necesidad de una figura paterna. Sin embargo, ella es una mujer muy hermosa y no le lucía el bigote o la panza.

Si habla mucho de la necesidad de un padre en la vida de un hijo, pero muy poco sobre la necesidad en la vida de una hija. Por ejemplo, a pesar del divorcio, mi esposo tiene una excelente relación con su hija de diecisiete años. Jamás se ha perdido un cumpleaños, partido, o evento importante en su vida. Por esta razón, mi hijastra es una jovencita estructurada quien no se deja influenciar fácilmente por sus amistades.

Un padre no necesita ser un súper héroe; basta con que le diga a su hijo o hija el día de su cumpleaños, “Me alegra que hayas nacido”.

Espero que los papás que conozco y que me leen hayan pasado un día fabuloso pues se lo merecen. Por su parte, mi marido estuvo muy consentido y jugó golf tres días seguidos, estrenó pinta completa de PGA Tour, ¡y comió costillas de cerdo hasta que dijo “oink-oink!”

Gracias por leer y compartir.

 

 

Xiomara Spadafora
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