El jueves 17 de enero, a las a las 9:30 de la mañana, un experto en explosivos del Eln voló en pedazos los sueños de vida de 20 cadetes que escogieron servir con devoción a nuestra patria en lugar de una vida civil.
Ver los rostros de estos jóvenes en un especial de El Tiempo el domingo, me revolcó el alma. El único consuelo en medio de la indignación y tristeza es saber, con certeza, que el perpetrador material de los hechos–a quien no voy a nombrar para mantenerlo en el olvido–voló en millones de átomos evitando que su calaña se siga reproduciendo.
Luego de conocer la noticia del carro bomba por medio de una llamada que me hizo mi mamá, me senté a leer las páginas de los medios de comunicación colombianos buscando con ansias la respuesta a la pregunta, ¿fue éste un ataque suicida?
Hasta el momento las autoridades investigativas no han respondido con total certeza esa pregunta. Sin embargo, en mi humilde opinión, creo que el autor material del carro bomba de la Escuela de Policía General Santander actuó como un terrorista extremista.
Primero que todo, se sabe que el tipo de explosivo (pentolita) es inestable y el impacto del vehículo podría haberla activado. Entonces, si el terrorista era un experto en explosivos, ¿me van a decir que fue una sorpresa que podría morir con el choque?
El único objetivo del terrorista era completar su misión aún si le costaba la vida. Por otro lado, el hecho de que éste buscó frenéticamente por el lugar en el que pudiera causar el mayor número de casualidades, también refuerza la teoría suicida.
A pesar de que la historia de Colombia está manchada de sangre inocente, consecuencia de decenas de eventos infames como el atentado a la Escuela de Policía General Santander, éstos siempre han tenido la firma de la cobardía.
Las explosiones han sido por lo general activadas desde la distancia por control remoto, o si los autores materiales han resultado muertos, no ha sido por un acto voluntario sino por error o estupidez.
Luego de leer varios artículos de psicología forense sobre terroristas, encontré uno muy interesante en la revista Scientific American titulado «Inside the Terrorist Mind» publicado en diciembre de 2007.
El artículo expone que luego del ataque al World Trade Center el 11 de septiembre de 2001, en el que murieron casi tres mil personas, cientos de títulos literarios han sido dedicados a este fenómeno.
La conclusión de la mayoría apunta a que los terroristas no están locos, sino por el contrario son personas racionales que analizan el costo-efecto de sus acciones y consideran el terrorismo un buen negocio.
También asegura que los grupos terroristas rechazan a personas con enfermedades mentales ya que su inestabilidad puede poner en peligro los objetivos del grupo.
Describe las cualidades de los líderes de los grupos terroristas. Por lo general son personas carismáticas quienes logran convencer a sus seguidores de que la causa a la que se unen les pertenece.
En el caso colombiano, la falta de presencia del estado para suplir las necesidades básicas de desarrollo en todo el territorio nacional, son el terreno perfecto para que los grupos terroristas sean identificados como el único proyecto de vida.
Pertenecer a un grupo terrorista o delictivo les brinda un sentimiento de comunidad, identidad y fortaleza. De lo contrario, estarían solos e indefensos.
Según el artículo, el poder del terrorismo no es solo la violencia, sino el miedo. Un dicho chino de guerra traduce «Asesina a uno y asusta a diez mil«. El Eln logró su objetivo de matar. Pero en lugar de asustar, despertó el sentimiento de solidaridad de los colombianos. Basta ya.
Foto portada: semana.com
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