En la historia de ser pareja y protagonista de lo que es la vida familiar, el momento más importante no es, precisamente, cuando las campanas repican luego de una mutua promesa de fidelidad, respeto y cuidado. Ese quizás es el momento social mas vistoso, tal cual el cortar la cinta de inauguración de una nueva empresa. Sin embargo, son los momentos posteriores a ese “gran momento social”, los que comenzarán a cimentar las bases o fundamentos de tan importante edificación que es la familia.
Como primera etapa de la vida familiar, la conformación de pareja es la fase donde los hijos ya adultos, en una etapa de emancipación emocional y material, comienzan a construir su propia historia familiar. Son variados los retos que enfrenta la nueva pareja, quienes además de poner a prueba sus sentimientos románticos, ahora expuestos a una cotidianidad donde las exigencias, responsabilidades y manejos autónomos de una vida en pareja y de hogar traen consigo, deben hacer frente a la elaboración de un “contrato de convivencia” en donde priven los consensos y no las imposiciones. Tampoco el “cada uno por su lado”, que tiende a convertirse en una medida cómoda, pero definitivamente pocos beneficios de la construcción de la unidad familiar.
Dentro de los retos de convivencia que debe enfrentar el reciente hogar, se encuentra el diferenciarse de la familia de origen de cada miembro de la pareja, donde la diatriba reside en el manejo de las lealtades. Dentro de las pautas desfavorables para el nuevo sistema, está la alianza con los padres donde el otro cónyuge es marginado. Normalmente la figura materna es la que tiende a sobre involucrarse en la vida de su hijo o hija. En ningún caso beneficioso, ya que esa mamá ahora suegra, tuvo la oportunidad de hacer su propia familia, según su estilo, el cual no heredarán íntegramente su hijo o hija. De querer imponer absolutamente las costumbres y manejos de la vida de la familia de origen, el miembro de la pareja en cuestión está anulando su propio proceso de co-creación de su vida familiar y por supuesto, descarta la participación y protagonismo de su pareja en dicha construcción. Es cierto, existen aspectos de la familia de origen que merecen trascender al nuevo sistema, siempre y cuando se realicen a través del debido diálogo y establecimiento de acuerdos, que hacen su debida aparición para nunca dejar (es lo recomendable) la vida familiar.
El extremo opuesto de esta situación es el rompimiento con la familia de origen a favor del cónyuge. Es el caso donde uno o ambos miembros de la pareja cortan contacto, temporal o permanente, debido a una unión no aceptada que ha llevado a la nueva pareja a comenzar su vida juntos a “espaldas” de sus respectivas familias de origen. Contar con el apoyo y orientación de los padres es importante, sin embargo, si se piensa en la construcción de una nueva familia, esta situación es menos perjudicial para el nuevo hogar que la inherencia excesiva de la familia de origen. Sin embargo, ningún extremo es beneficioso. Lo esperado e ideal es lograr coexistir con ambos sistemas, pero entendiendo y respetando, tanto padres como la nueva pareja, que el reciente hogar desarrollará pautas propias de funcionamiento.
La mejor manera de manejar las relaciones con las familias de origen es en primer lugar, marcar claramente la diferencia del nuevo sistema. La nueva pareja puede solicitar apoyo si es necesario y los padres, por su parte, ofrecer apoyo, si y solo si, este es solicitado. Es importante que, como padres de hijos adultos, aceptemos que es su historia y que ya les toca a ellos construirla. Cualquier intervención no solicitada, puede ser más desfavorable que favorable.
El otro reto de vital importancia es el acuerdo en cuanto a los roles y la distribución de tareas. Está claro que cada nueva familia va a funcionar dando respuesta a su momento histórico. Las características sociohistóricas cambian rápidamente. En las últimas cuarenta años, la emancipación de la mujer y su incursión en el mundo laboral, así como la necesidad de un ingreso conjunto de los miembros de la pareja, han hecho que la tradicional distribución de tareas: mujeres oficios de la casa y hombre proveedores de dinero, quede atrás y en desuso para una proporción bien significativa de nuevas uniones. Por tanto, si ambos tienen vida laboral fuera del hogar, las tareas dentro de éstas necesariamente deben ser compartidas. Sin embargo, muchas voces se han levantado para apuntar la falta de superación por parte de la mujer, de su exclusiva obligación en lo doméstico, duplicando así y en su detrimento, las responsabilidades a enfrentar.
Dentro de los temas a conversar se encuentra el manejo del dinero, los planes de desarrollo personal y profesional de cada miembro, la relación con las respectivas familias, las tareas del hogar, el uso del tiempo libre y las posturas en cuanto a la crianza de los hijos. Todos estos aspectos deberían haber sido conversados antes de pensar en constituirse en una familia; pero en conocimiento que el enamoramiento y las “mieles” del noviazgo y los primeros momentos de convivencia, pueden dejar de lado esta tarea, es indispensable indicar que la postergación excesiva o peor aún, la no realización de estos diálogos y acuerdos, pueden comprometer perjudicialmente el futuro de la vida familiar, sobre todo luego de la llegada de los hijos.
Está claro que si bien el amor y la atracción física son ingredientes muy importantes en la alianza de dos personas, existen otros aspectos menos llamativos que juegan un papel fundamental en la constitución y fraguado de bases que, como cimientos fuertes, soportarán los nuevos retos que la llegada de nuevos miembros, nuevas tareas y nuevas exigencias, traerán consigo.
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