¿Santa Claus, Papá Noel o el Niño Jesús existen? Esa pregunta resuena en la mente de muchas personas. Y como seres humanos pensantes nos hacemos la interrogante no porque exista un ser mágico misterioso que resuelve cómo entregar regalos la víspera de navidad con la inmediatez que aún FedEx no ha logrado implantar. La verdadera pregunta es ¿Cuál es el sentido de la Navidad?
Parece que el mundo tiene necesidad de un descanso, de unos días para reflexionar. Y sólo en diciembre los países en conflictos bélicos dejan a un lado la disputa y plantean una tregua, un cese al fuego. Sólo para Navidad.
Mientras el resto critica la comercialización masiva de un ser que en realidad si existió y fue un humano ejemplar: San Nicolás de Bari, seguimos haciéndonos la pregunta y buscándole el sentido. Sólo en Navidad vemos a la gente con un rostro nuevo, sólo en Navidad solemos ser más tranquilos, más pacíficos, sólo en Navidad nos relajamos y soltamos los amarres.
La Navidad es mucho más que regalos, comida abundante en la mesa, corredera atrás de las compras de última hora o de los preparativos. Y en el intento de estar acorde con lo que las normas sociales nos dictan o de estar a la altura de circunstancias que van más allá de nosotros mismos, poniéndonos caretas, muchos olvidamos lo que es sinceramente Navidad. Nos perdemos en fiestas, lujos, apariencias y así nos hemos acostumbrado e incluso inculcado a nuestros hijos y familiares, que Navidad es un gran fiestón, un derroche increíble –así pasemos el año pagando la deuda- y una demostración de materialismo exacerbado.
La pregunta sigue estando allí, porque en el silencio del 25 de diciembre, cuando todos descansan con la resaca a cuesta, sale a relucir la melancolía y la voz de la conciencia que le dice que oiga a su corazón. Más de uno recordamos los tiempos de infancia cuando en la inocencia plena sí creíamos en la magia, en lo imposible, en Santa repartiendo regalos por el mundo, incluso en los países en guerra. De niño no cuestionábamos si el Niño Jesús llegaba a hogares no cristianos. Creíamos en eso de paz, amor y bondad.
Entonces la Navidad si tiene un sentido. Es un tiempo único, en que todo el planeta hace un alto, un pequeño descanso y es la única oportunidad en que Dios, Alá, Yavé, o como sea -digamos mejor la Divinidad, esa fuerza extraordinaria que creó el Universo- toca los corazones de la humanidad para sembrar esperanza y fe de modo que siga teniendo fuerza para desarrollar la vida.
Por más fuerte que sean las circunstancias que tengamos que vivir a lo largo del año, seguro en Navidad contaremos con una dosis extra de energía. Los milagros ocurren en Navidad, el amor resalta y más de uno está dispuesto a darlo y otros a recibirlo. Así que aprendamos a dejar el materialismo y nuestros intereses a un lado. Si somos afortunados y disponemos de todo lo que nos conlleva a un disfrute justo, apartemos tiempo para compartir con aquellos que no tienen la misma oportunidad. Salgamos de nuestra zona de confort y extendamos la mano, tal como lo hizo San Nicolás de Bari, que repartía en cada regalo que daba una luz de esperanza por una vida mejor. Tal como lo hizo Jesús en Belén cuando nació para todos los hombres en medio de una pobreza extrema, sin lujos, simplemente por el hecho de querer estar entre nosotros, siendo Dios entre los hombres, por amor a nosotros. Y a los que mantienen otras creencias, pues simplemente, dense al amor y siembren paz y esperanza. La vida ya nos dará una excelente cosecha.
Y si me preguntan si creo en la Navidad, mi respuesta es: totalmente. Por experiencia propia vivo ese milagro de Navidad. Lo certifico. Dar y recibir y ser agradecidos, a seguir llevando esperanzas que siempre estaremos respaldados por el amor.
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