La semana pasada me senté a escribir mi columna varias veces, pero no pude. Las imágenes de los padres de los bachilleres de Parkland, Florida, empuñando sus teléfonos celulares cerca del corazón esperando un mensaje de texto o una llamada que respondiera la pregunta ¿Mi hijo… está vivo o muerto?, me dejaron sin palabras.
Dos semanas después de la masacre, las víctimas ya fueron sepultadas, el alguacil del condado de Broward no halla qué hacer para justificar la cobarde negligencia y aparente corrupción dentro de su departamento, y los jóvenes que sobrevivieron la tragedia luchan por mantener vigente su clamor por un control de armas más estricto.
Me imagino la rabia de los padres de familia que perdieron sus hijos al leer que el autor de los hechos estuvo en el radar de la policía y del FBI. Que el departamento encargado de servicios especiales para la niñez y la familia de la Florida le prestaba ayuda sicológica. Y que las directivas del sistema educativo estaban al tanto de su comportamiento violento y errático desde su pre-adolescencia.
A lo largo de 10 años la policía visitó la casa del asesino más de 30 veces siguiendo las denuncias de su madre adoptiva y vecinos debido a los escandalosos altercados. Hasta el mismo asesino llamó al 911–dos días después de la muerte de su madre en noviembre del año pasado–para decir que estaba deprimido y que no sabía de lo que fuera capaz.
En vista de que los enfermos mentales en Estados Unidos crecen como la maleza a la orilla de un río, de que el mercado de las armas en lugar de disminuir sigue en aumento, y de que nadie puede ser aprehendido por las autoridades o por lo menos confiscar sus armas a pesar de demostrar un comportamiento irracional, me pregunto entonces, ¿cómo puedo protegerme y a mi familia?
Mi primer impulso fue tomar el curso para sacar el permiso de portar armas, pero me detuvo la imagen de mi hijo encontrando una pistola en mi cartera en lugar de un caramelo.
Luego busqué clases de defensa personal y pasé la noche leyendo artículos sobre técnicas de supervivencia en ataques terroristas y tiroteos. Al verme tan angustiada, mi esposo me ordenó por correo un libro llamado “Sheep no more” que traduce “No más ovejas” en español.
En resumen, el autor Jonathan T. Gilliam–un Navy SEAL y agente especial del FBI retirado–enseña un sistema de acción por medio del cual una persona se pone en los zapatos del atacante para encontrar sus propias debilidades, descifrar el plan de ataque del villano y así fortalecer su posición de defensa.
En otras palabras, es equivalente a poner en práctica la combinación de nuestras sabias filosofías criollas: “No dar papaya” y “Tener ojo de águila”. Sin embargo, para que la técnica sea efectiva, lo anterior se debe hacer antes de que la situación de riesgo se presente. Es decir, en caso de un ataque hay que estar preparado para actuar en lugar de reaccionar.
Según el escritor, siempre que analiza los videos posteriores a los ataques terroristas, las víctimas parecen las ovejas de un rebaño corriendo hacia el mismo lado comandadas por el miedo, el cual es el arma más poderosa del terrorismo.
Pero asegura que un ciudadano normal, sin experiencia militar o de inteligencia, puede llevar a cabo acciones tan simples como identificar dónde están las salidas en cualquier establecimiento público que se encuentre, buscar en el mapa el lugar nuevo que visite, o simplemente mantenerse alerta y no distraído en la pantalla de un celular.
Por el momento, ya que no me puedo mudar de Estados Unidos, entrenaré para pensar como la oveja negra, contrario al rebaño y enfrentando el miedo.
- La voz de la chicharra, un cuento de Xiomara Spadafora - abril 27, 2020
- Teletrabajo: ¿Cuál es su verdadero reto? - abril 1, 2020
- Coronavirus: ¿Cuál es la naturaleza del miedo? - marzo 17, 2020