Fue una tarde de abril, cuando la brisa fresca acariciaba las calles de Miami, que el hotel Hampton Inn de Kendall se convirtió en el escenario de un evento literario que dejaría una huella indeleble en el alma de quienes tuvieron la dicha de presenciarlo. La Unión de Culturas, un encuentro que reunía a gestores culturales, artistas, escritores y la vibrante comunidad hispana, había llegado a su punto culminante con el lanzamiento del libro «Cuentos Multiculturales».
Esta edición, una compilación de los relatos ganadores del prestigioso concurso internacional «Cuéntale tu Cuento a La Nota Latina», se erigía como un tesoro de historias cautivadoras y reveladoras, que ofrecían a los lectores la oportunidad de descubrir nuevos talentos literarios y explorar diferentes perspectivas y temas.
Entre los asistentes, se encontraba un joven escritor, cuyo nombre aún no brillaba con la fuerza de los grandes maestros, pero cuyo espíritu ardía con la pasión de un recién iniciado en el mundo de las letras. Su trayectoria, hasta entonces, se había limitado a compartir sus textos en redes sociales y en un modesto blog, donde su voz se entrelazaba con las historias y relatos de otros soñadores.
Llegó la noche, se escuchó el llamado para el ritual de las flores amarillas de Remedios La Bella, como símbolo de bautizo y esperanza que inspiraba a los soñadores como él. Cada pétalo de rosas amarillas que caía sobre el libro era un augurio de la nueva vida que nacería en esas páginas, una promesa de que cada línea escrita encontraría eco en los corazones de los lectores.
En ese instante, bajo la cálida mirada de los presentes, ese joven se convertiría en protagonista de un momento mágico e inolvidable. Cuando un lector, prendado por la magia de las palabras, se acercó a él y le pidió que firmara el libro, el corazón del escritor se llenó de una mezcla de orgullo y humildad, de poder y vulnerabilidad.
Tomar la pluma en sus manos fue como abrir una ventana hacia la eternidad, un acto de creación, de trascendencia, en el que depositaba una parte de su alma, destilada y destilada hasta quedar reducida a la más pura expresión. Cada trazo, cada letra, se convertía en un rastro indeleble de su ser, una marca que quedaría impresa en las páginas, para ser descubierta y atesorada por quienes recorrieran esa obra.
Ahí, el joven escritor se daba cuenta de que su firma, ese nombre que ahora pertenecía a la obra, era la evidencia tangible de que su alma había dejado su huella. Y esa huella, ese rastro de sí mismo, permanecería allí, incluso cuando él ya no estuviera.
Mientras trazaba las líneas con cuidado, sentía que abría una ventana hacia el mundo, dejando que su espíritu se plasmara sobre las páginas. Era un acto de entrega absoluta, una desnudez del alma que le llenaba de un miedo reverencial y, a la vez, de una profunda satisfacción.
Escribir es un acto de magia, de alquimia, en el que transforma lo intangible en tangible, lo invisible en visible. Y cuando él firmaba, cuando plasmaba su nombre en la obra, era como poner su firma al pie de un pacto con el universo. Era un acto de compromiso, de responsabilidad, de entrega total a esa criatura que había nacido de su mente y de su corazón. Y esa sensación, esa emoción, era algo que no cambiaría por nada.
En aquella noche mágica, el joven escritor supo que su travesía en las letras había dado un giro inesperado. Ya no era un soñador solitario, sino un creador cuya voz había encontrado eco en los corazones de los presentes. Y mientras firmaba su obra, sentía que su alma se había abierto a un mundo de posibilidades, un mundo donde sus palabras cobrarían vida y viajarían más allá de lo que él jamás hubiera imaginado. Memorable experiencia contándole el cuento a La Nota Latina.
El acto de escribir y contar cuentos es un acto de resistencia, de preservación de la memoria y de construcción de identidad. Es a través de estas narrativas que las voces se alzan, que las historias salen a la luz y que se desafían los relatos establecidos. Y contándole su cuento a La Nota Latina, un joven escritor se encuentra cara a cara con el poder de sus propias palabras, entiende que cada trazo es una pequeña piedra que se suma a este imponente edificio de la cultura, que resiste el paso del tiempo y desafía los olvidos.
Por: Victor Manuel De Luque Vidal – ig: @vdeluque
Pueden leer en La Nota Latina/La Nota-Latina.com
Uniendo culturas y presentación de Cuentos Multiculturales un evento memorable
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