Inicio un nuevo espacio en este querido magazine digital La Nota Latina como columnista y espero que mis relatos les lleguen. Comenten, apoyen y recuerden siempre disfrutar la vida a plenitud.
En la vida hay momentos que son especiales, que por alguna razón se quedan hondamente grabados en el corazón y en el alma. Y si son positivos son verdaderas joyas que pueden impulsar tu crecimiento personal.
Funcionan como baterías para recargarte en algún momento en que sientes en que las fuerzas internas te han abandonando y necesitas recuperarlas para seguir la vida y la cotidianidad.
No hay nada mejor que ubicar esos recuerdos positivos, esas veces en que te sentiste especial, fuerte, invencible, único, amado y querido.
En mi caso, suelo irme a un lugar muy querido donde fui plenamente feliz en una playa hermosa de Falcón, cuando mis abuelos estaban vivos y nos guiaban con tanto cariño. Una travesura y atrevimiento infantil se quedó en mi memoria por siempre, cuando con un vecino –un niño del pueblo- se presentó con una llanta de caucho y felices y raudos salimos a montarnos en ella y a echar a empujarla por el mar, que a esa hora estaba tranquilo y no presentaba amenaza alguna.
Por un rato fue inmensamente feliz, andando en las olas en la compañía de ese niño y mi hermano pequeño. Libres mientras la corriente nos llevaba lejos de la orilla. Confiados en que de alguna manera estábamos protegidos.
Sí, protegidos claro está, por los rezos e invocaciones a Dios y a la Virgen de la abuela que se había dado cuenta del pasar del niño vecino con la llanta rumbo a la playa a media cuadra de distancia de la casa. Su sagacidad pudo más y enseguida corrió también hacia dónde estábamos nosotros.
El regreso feliz a la orilla no se opacó por la respectiva querella de una abuela angustiada.
Pero allí en el mar, entre las olas que ondeaban la tripa de caucho, las risas de todos, el viento soplando en nuestros rostros, la inmensidad del cielo que se abría ante nuestros ojos, y los destellos de sol resplandeciendo sobre la piel, solamente puedo recordar haberme sentido una en ese momento, una con Dios, una con el todo que me circundaba y al mismo tiempo, poderosa y confiada en que todo estaría bien.
Son momentos como ése los que traigo al presente para reafirmar la fuente de mi poder interno, para reactivarme, así el diario vivir me replique atención en cosas más profanas. Y en todas esas veces va la bendición a la abuela, para que me la devuelva desde el cielo.
Te invito a rescatar esos momentos en que fuiste plenamente feliz. Ánclalos en tu cuerpo con un simple gesto, respira hondo y toca un dedo o un brazo. Muy simple. Cada vez que los necesites recuerda que con un simple toque los tienes allí a tu disposición. Algo que aprendí en Programación Neurolingüística.
Al fin y al cabo, el poder sanador está en nosotros mismos, nuestra fuerza interna es mayor a cualquier obstáculo que tengamos en la vida diaria. Sólo tenemos que recurrir a ella para permitirle recargarnos y llenarnos de nueva energía.
Disfruten y sean felices. Es la mejor opción.
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