Parece que vivimos un momento en el que hay más escandalizados que escándalos, o al menos en el que nos echamos las manos a la cabeza con más inercia que hace décadas. En realidad nos enfadamos y odiamos más que antes por circunstancias que objetivamente no merecen ese esfuerzo. Me da la sensación de que en los años 90 la gente se escandalizaba menos, y con eso estoy diciendo que era más tolerante. Entonces se aceptaba más lo distinto y cuando sucedía algo poco común no se castigaba tanto mediáticamente como ahora.
En este momento presente, cualquier hecho sirve de escusa para defender ideologías vinculadas a los hechos más que a los hechos mismos. Y eso no es un buen síntoma de la sociedad. Nos induce a creer que hay más prejuicios y tabúes. Tal vez todo esto se deba a la aceleración y manipulación de la información en redes que nos aleja de cualquier argumento crítico. Aunque eso no nos disculpa de una involución ética. Lo insinuó Soto Ivars en una entrevista cuando dijo que ahora hay menos libertad de expresión que antes. Y no lo afirmó con base en que ahora existiera alguna censura, sino a que sí existe un ambiente de censura que es totalmente real. Y añado: ese ambiente está en la actitud de la gente que tiene miedo a algo o que no permite que atenten contra su zona de confort. Para protegerse dan circunloquios desde la ironía o la hipocresía para impedir que lo que sea distinto sea expresado libremente.
En los medios y en las redes se nota ese ambiente de censura que son actuaciones de mala fe. Pero esta involución también puede esconder un aumento de la competitividad o de reconocimiento social que hace que cada uno haga cualquier cosa para destacar, incluso a través de escándalos que destruyan al adversario. De una forma u otra esto no pinta bien porque la maldad, de estos comportamientos, va en aumento. Llegado el caso ya casi no se puede hablar de nada porque los intereses de determinadas ideologizaciones saltan con cualquier escusa que se les dé. Y podría decirse que los hechos valen más como escusas para los escándalos que como hechos en sí, porque no son tan malos como los reescriben. El aparato del escándalo los utiliza para mantener a buen costo a todos los escandalizados. A la sazón somos menos libres que en los 90 y eso es preocupante. Y si no hacemos nada para remediarlo dentro de poco, seremos menos libres si cabe.
Sobre el autor
Antonio Guerrero nació en Huelva en 1971 y reside en Almería, España. Estudió relaciones laborales, es graduado en Filosofía y máster en filosofía teórica y práctica de la Uned. Actualmente, es doctorando en filosofía en la UAL y profesor invitado en la Uned en el posgrado de detective privado. También es experto en seguridad en la UNED y posgrado en seguridad operativa en la UAB. Director, Jefe, Profesor, Perito judicial de seguridad. Por otro lado, es redactor de contenidos de la Ref (red española de filosofía) y columnista de prensa escrita en el Diario de Almería, Diario 16, etc. También ha colaborado con revistas como Filosofía hoy, Quimera, Clarín, Calicanto, La esfera cultural, Madrid en Marco; y con medios como Televisión de baleares (guionista), Cadena Indal Tv (Colaborador), y etc. Ha publicado diversos libros que se pueden ver en enlace adjunto.
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