“Si quieres experimentar la paz, proporciona paz a otro”
Dalai Lama
El 13 de junio, en esta esquina multicultural de los Estados Unidos, también se conmemoró “El día del escritor”, aunque sin pena ni gloria al menos en lo que respecta a las redes sociales. Cada año, me doy a la tarea de responder a muchísimos mensajes de felicitaciones, pero algo extraño sucedió esta vez. En mi caso, dejé a medio terminar la tarjeta que iba a enviar a varios de mis amigos, pues las palabras simplemente no fluían. En términos generales quería decirles que los felicitaba por seguir en pie de lucha y escribiendo… porque escribir literatura, aún en estos tiempos, es un oficio, a pesar de que muchos lo tilden como un hobby… claro… por lo austero del sector.
Estando en plena tarea de escribir la mencionada tarjeta, surgieron varias preguntas: ¿Nos debemos felicitar porque escribimos? ¿Es suficiente escribir? ¿Y a quién le importa? Si todos los seguidores que tenemos en las redes, fueran realmente lectores de nuestros libros, seguramente los escritores tendríamos que crear, si ya no existe, el “Día del lector de Facebook”, por ejemplo, pero lo cierto es que estamos tan lejos de conducir a este público hacia el verdadero goce la literatura. En algún punto, sentí que la tarjeta era para felicitarme a mí misma. ¿Y por qué no?
Hoy, un día después del “Día del escritor”, pienso en el porqué de esas preguntas y reflexiones. Lo primero que viene a mi mente es que me siento profundamente triste por el acto salvaje que aconteció el fin de semana en Orlando y dejó luto en por lo menos un centenar de familias. Anoche vi en televisión los rostros de miles de personas que dejaban ofrendas de flores, mientras otros sostenían carteles en sus manos en los que se leían los nombres de quienes ya no están entre nosotros. Nada de lo que veía en la televisión me parecía real. ¿Qué hicieron estas personas para merecer morir de esta manera? ¿Por qué vivimos de esta forma intolerante y llena de odio? ¿De dónde iba a sacar ánimos para escribir una tarjeta? Ante esos hechos, sentí que se trataba de un acto egocéntrico y frívolo.
Sin duda, este no es un ambiente propicio para anunciar festejos y hacer de cuenta que la fiesta sigue como si nada hubiese ocurrido. Ayer contemplando tan cruentas imágenes, no me sentía con deseos de felicitar a nadie, ni siquiera a mí misma. Quizás por esta razón, he decidido olvidar mi tarjeta y escribir lo que siento, haciendo uso del derecho al que a veces renunciamos los escritores cuando hablamos desde la tercera persona porque nos expone menos y nos coloca en un plano superior/distante al de nuestra propia humanidad. ¿Será que los lectores no adivinan que debajo de esos nombres se esconde el escritor? Pero es que el dolor también hay que sentirlo, expresarlo y reflexionarlo aunque nada nos devuelva lo perdido. Confesarlo en primera persona. Para quienes escribimos inspirados en la realidad, nuestro oficio nos hace enfrentar el trauma y hacer nuestro el dolor y el júbilo del mundo. En nuestro pequeño universo, escribir es conocer y conocerse, morir y revivir, irrumpir y penetrar los sitios prohibidos, es preguntarse y responderse, ir y venir y repetir las veces que sea necesario. Es aceptar el reto de no quedarse en la superficie, conscientes de que lo mejor está oculto, esperando ser hallado y vale la pena enfrentar el riesgo.
Escribirlo, vivirlo, llorarlo, dibujarlo, hablarlo… es necesario. Son momentos difíciles para un mundo que ha tenido que aprender a vivir en la zozobra y la intolerancia. En momentos como este, tiemblo como cualquier ser humano, me busco y aunque me duela, me alegra encontrar mi humanidad. Soy una escritora que resucita todos los días para inmortalizar las palabras y atestiguar el tiempo en sus diferentes matices y sombras.
En estos momentos agito la bandera de la paz y celebro el mensaje que emana del silencio y de esa sensibilidad que nos caracteriza a quienes estamos comprometidos en forjar una sociedad más humana. Yo me libero escribiendo y cada quien debe buscar una forma de liberar su dolor, sin dañarse a sí mismo, ni dañar a los demás. Hoy, un día después del “Día del escritor”, mi mensaje es para quienes se detendrán en la red para leer esta misiva: vivamos en el amor, la paz y la fe. Cultivemos y enseñemos la tolerancia, y por favor no permitamos que la violencia se apodere de la vida / de nuestra vida. Hay que reconocer a tiempo los síntomas de la violencia y no dejar que ganen terreno.
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