En una reunión a la que asistí recientemente, conocí a un joven hispano recién graduado de una de las universidades más prestigiosas en Estados Unidos, quien se encontraba de visita en Miami pidiendo la ayuda a sus amigos y familiares para conseguir empleo, después de una búsqueda infructuosa que lo ha desvelado durante los últimos seis meses.
Si la situación es difícil para los egresados de las más prestigiosas universidades y además provenientes de familias de larga trayectoria en el mundo empresarial, hay que pensar en la crisis que vive la mayoría de los jóvenes recién graduados de un community college o de una universidad “promedio”, cuando deben encontrar, y con urgencia, un empleo que les permita cubrir sus gastos y pagar el préstamo universitario.
La necesidad de un empleo para asumir responsabilidades y lograr independencia financiera es una realidad para la juventud que decidió apostarle a la educación y que en la mayoría de los casos, no cuenta con la experiencia para entrar a un mercado cada vez más competitivo y con una oferta laboral limitada que premia ante todo la experiencia al menor costo posible.
Según el National Center for Education Statistics de los Estados Unidos, el aumento en la población tradicional en edad universitaria es uno de los factores que ha contribuido en el incremento del número de personas matriculándose en la universidad. Del año 2000 al 2013, el rango de estudiantes entre los 18 y los 24 años de edad aumentó de 27,3 millones a 31,5 millones, aproximadamente. Y el porcentaje de jóvenes matriculados en la universidad, en este mismo rango de edades, también fue mayor en 2013, con un 39% comparado al año 2000, con un 35.5%. (1)(2). Sin duda, el hecho de que un mayor número de personas reciba educación formal, constituye un avance para la sociedad de cualquier país. Sin embargo, a la par, debe ir creciendo la economía a nivel local, regional y nacional en su capacidad de absorber la mano de obra calificada y a los jóvenes recién egresados. En México, por ejemplo, con una población de aproximadamente 127 millones de personas (2015), se estima que 21.9 millones de jóvenes no estudian ni trabajan, según el documento Trabajo decente y Juventud 2013, Políticas para la acción de la Oficina Regional de América Latina y el Caribe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), y tal como lo citará la revista Forbes en un reciente artículo en el que se destaca la incidencia del desempleo en el aumento de la criminalidad, refiriéndose a la población juvenil desempleada que engrosa las filas del crimen organizado en el hermano país.
En Estados Unidos quizás el caso no es tan severo todavía, aunque por las noticias que escuchamos a diario, se percibe el aumento de la criminalidad juvenil en muchas áreas urbanas del país. Y como dice un viejo adagio “El ocio es la madre de todos los vicios” y por ende, tiene unas ramificaciones que asustan y escalan a otros serios problemas.
En hogares de clase media, un porcentaje reducido de esta población de gente joven desempleada regresa a la universidad para obtener un grado superior/master/doctorado que les brinde mejores oportunidades profesionales. Los padres, quienes deberían estar ahorrando y planeando su retiro, terminan asumiendo gran parte de esta carga económica por el bien de sus hijos.
Otros jóvenes, al no contar con la ayuda económica de sus padres, deben aceptar empleos que no están a la par con sus capacidades y que en realidad no ameritan contar con un grado universitario para su desempeño, lo que genera insatisfacción y desmotivación en general. Aunque cabe anotar, que muchos jóvenes que se gradúan de la universidad tienen una amplia cultura general y nociones de varias disciplinas, pero en concreto no cuentan con un conocimiento especializado que les sirva de herramienta a la hora de buscar un empleo, por lo que deben aceptar el trabajo y el salario que les ofrezcan.
La Minorias
Es importante anotar que un creciente porcentaje de estudiantes afroamericanos e hispanos asisten a la universidad. Tomando como base el rango del que hemos venido hablando, entre los 18 y los 24 años de edad, tenemos que el porcentaje de estudiantes universitarios afroamericanos aumentó del 11.7% al 14.7%, al igual que el porcentaje de estudiantes hispanos, que subió del 9,9% al 15,8%, y en cuanto a estudiantes matriculados en universidades, el porcentaje de hispanos aumentó del 21,7% en el año 2000 al 33,8 por ciento en el año 2013. (1) (2).
En vista de esta situación y pensando en la comunidad hispana y en la afroamericana, al ser minorías, aunque es una realidad que nos toca a todos por igual—, considero que los empresarios hispanos y afroamericanos deben aprovechar este auge y sumar esfuerzos a las instituciones educativas, para que la bonanza no se desperdicie. Una de las estrategias es crear programas de aprendizaje y nuevas posiciones para nuestros jóvenes graduados, donde ellos puedan aprender, hacer su aporte y fortalecer el aparato productivo, a la vez que adquieren la experiencia que necesitan para desarrollar una carrera profesional. Sería una gran equivocación de la sociedad y del gobierno, el que no se tomen medidas efectivas para crear los puestos de trabajo para estos jóvenes, quienes necesitan contar con su espacio productivo en la economía y caminar la ruta de la vida laboral y de crecimiento personal. Y que no solo sean valorados como “consumidores” por las empresas, o como “mangos bajitos” por los políticos en la época de elecciones.
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