Siempre he sido una mujer solitaria, en ocasiones reflexiono y llego a la conclusión que el camino que he seguido, me ha llevado a ser un tanto ermitaña.
Como hija única, heredé la casa donde habito y aunque es bastante antigua, de pocos cuartos, me siento cómoda en ella, porque es mía. Desde mi residencia en el viejo inmueble, las malas experiencias eran inexistentes, hasta que algo sucedió.
***
Una noche, como cualquier otra, me fui a la cama. Mientras dormía, no puedo decir que en paz ya que siempre he sido de sueño ligero, un ruido me despertó. Por un instante pensé que tal vez, mi mente y mis oídos me engañaban. Me enderecé y froté mis ojos aun adormilada, al escuchar un par de voces de inmediato me puse alerta. Me levanté con cuidado, sin hacer ruido y temerosa me dirigí a la puerta de mi habitación, la cual mantenía cerrada, pero sin candando; la cerraja era tan vieja como la misa casa y yo no tenía la llave, además jamás me imaginé que algo así sucedería.
Unas personas al otro lado de mi habitación charlaban —¿quiénes son?, ¿qué es lo que dicen?, ¿a qué vienen? ¡oh no! –las preguntas revoloteaban en mi mente y el temor me invadió. —No debo permitir que los nervios me controlen, necesito buscar la forma de salir de aquí —puse la oreja en la madera del postigo e intenté descifrar la conversación, sin éxito, entonces decidí abrir la puerta un poco, y me asomé por la rendija. Un hombre y una mujer de rara vestimenta estaban allí, no entendí lo que decían, hablaban en un idioma desconocido para mí. —No están armados y por el aspecto parece ser que no vienen a robar, ¿qué será lo que hacen aquí? ¿cuáles son sus intenciones? —los pensamientos no cesaban, me sentía confundida. —Si sus intenciones son malas, no tengo forma de defenderme, debo esconderme, pero ¿en dónde? —No tenía opciones, la única parte sería debajo de la cama. Di varios pasos hacia atrás y con el mayor cuidado me deslicé para ocultarme. Desde allí, escuché sus pasos, se aproximaban hacia mi habitación, cuando entraron, me quedé inmóvil, sin ni siquiera respirar hasta que se retiraron.
El tronar de la escalera me avisó que se dirigían a la planta alta. —¡Tengo que escapar de aquí, antes de que bajen! —pensé atemorizada. Salí lo mas pronto posible sin notar que mi ropa de dormir estaba cubierta del polvo acumulado por años debajo de la cama. Apenas logré llegar a la cocina. Me escondí de nuevo, esta vez debajo de la mesa, el mantel de cuadros ocultó mi presencia, pero no por mucho tiempo. Los intrusos ya venían de regreso, parecía como si estuvieran en mi búsqueda. Las pisadas que antes desprendían un pequeño ruido cada vez las podía percibir más grandes y cercanas, hasta que entraron. La distancia que nos separaba era mínima, podía escuchar su respiración e incluso oler su perfume.
Me tomé de las rodillas y no pude controlar el temblor de todo mi cuerpo, el hombre arrastró una de las sillas para sentarse, el espacio se acortó a tal grado que debía moverme hacia atrás para evitar hacer contacto con sus piernas, pero fallé en el intento y sin darme cuenta jalé el mantel de la mesa…—¡Oh no! ¡Me encontraron! ¡Socorro! —de repente todo fue conmoción, entre las tazas rotas y gritos despavoridos, todos salimos corriendo lo más rápido posible, yo por un lado y ellos por el otro. En medio del tumulto, solo alcancé a escuchar un par de alaridos: ¡un fantasma!
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silviarodaut
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