DÍA 1
La lluvia deja tras de sí un arcoíris horizontal y espeso que contrasta con los tonos grises y celestes que salpican el cielo. Miro impaciente el reloj del teléfono. Mi cálculo de doce minutos ha fallado por culpa del vehículo parsimonioso y arrogante de Wal-Mart que toma el control del tráfico. Voy por una calle principal del centro que incluye una hilera de diminutos edificios, tiendas de muebles de segunda mano y otros comercios pequeños. Me fijo en la vitrina de una boutique en la que unos maniquíes decapitados, presumen unos vestidos iguales a los que usaba mi abuela veinte años atrás.
Encuentro mi destino luego de pasar unos rieles oxidados. Hago una derecha y me encuentro en un sitio con facha de bodega abandonada. Los de la agencia me han llamado ya tres veces para decirme que debía llegar quince minutos antes de la cita. Me doy un vistazo al vuelo en el espejo y me apuro en salir del coche. Una botella de agua y un libro resienten mi olvido. En la recepción, me atiende una muchacha de rizos rubios y barbilla puntiaguda. Me anuncio como la intérprete del paciente Iván Jiménez y pone cara de pregunta o de estreñimiento, no estoy segura. Le doy más detalles y mira la pantalla sin decir nada. Apenas mueve la cabeza y me indica que me siente.
El revistero ofrece las alternativas usuales de las salas de espera en estos lados: Familia Cristiana, Machos Cazadores y la clásica Pesca Sagrada. Bueno, no exactamente, pero esa es la idea. Echo de menos el libro dejado atrás y juego con mi teléfono. A los veinte minutos aparece el paciente. No hace falta que me lo presenten; somos las únicas personas cuyo tono de piel no resultaría apetecible en el casting para una saga de romances vampíricos.
Pasamos a una sala amplia que parece un gimnasio para ancianos; no solo por los aparatos regados en las esquinas, sino también por la edad de sus ocupantes. Dos parlantes cuelgan como cabezas de venado en la pared. Laten con una música que el oído desentrenado podría interpretar como rock suave. Son melodías pegajosas que podrían animar una reunión de amigos o el ambiente de un bar, excepto que las letras hablan de Jesús, de su amor y de su gloria. Tarareo algunas de las canciones y siento unas ganas inmensas de bailar.
DÍA 3
—¿Por qué ese señor que está de candidato a la presidencia odia tanto a los hispanos? —pregunta el paciente señalando su teléfono.
La intérprete debe mantenerse dentro de los límites de su rol profesional. Alzo los hombros, arrugo la nariz y regreso la mirada a mi libro salvador.
DÍA 5
Al terminar la sesión de ejercicios, dejan al paciente recostado con una compresa fría. Me siento a su lado y abro mi libro para pasar el tiempo.
—¿Está leyendo en inglés? —me pregunta.
Asiento ligeramente con la cabeza mirándolo cortésmente por un segundo. Regreso a mi libro.
—Usted estudió aquí, ¿verdad? —Los enormes ojos oscuros tiemblan llenos de oportunidades que no pudieron ser.
La intérprete evita involucrarse en conversaciones personales durante la cita médica. Señalo rápidamente con la cabeza que sí y me levanto a tomar agua. Mientras espero al lado de la fuente a que regrese el terapista, pienso que no es la primera ni la última vez en que me asaltará esta extraña sensación de culpa.
Debo comunicar que la terapia no está funcionando y que el dolor no ha mejorado. Sorprendido y molesto, el terapeuta muestra las notas de las citas anteriores donde se puede ver claramente que el paciente ha indicado una mejora consistente. El intérprete no es un mediador. Sin embargo, siento que ese es el rol que me toca desempeñar en este momento.
Iván acaba disculpándose. Admite que es demasiado impulsivo y que se ha sentido frustrado y ansioso durante los últimos días. Desea seguir con el tratamiento. Mientras el terapeuta y la secretaria coordinan las fechas para las sesiones restantes, Iván me cuenta que uno de sus amigos fue detenido y que será deportado en unos días. Me dice que tiene miedo. Intento que mis ojos hablen por mí para decirle que lo siento. El intérprete notifica a las partes que todo lo que digan será interpretado. Apunto en mi cuaderno las fechas de las próximas citas y decido que no hace falta interpretar esta última conversación.
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