El maquillaje barato le corría por las mejillas de dulce de leche. La vida se hacía chiquitita. Una ñapa. Se había puesto un rojo reñido en los labios carnosos, para subir la autoestima o por lo menos recogerla del suelo… donde sea que la había dejado. Unos jeans chiclets le sujetaron el ánimo, aguantando el peso de sus curvas que estaban bien guardadas, empacadas, recogidas en su preciso rincón.
¡Por Dios! Qué mujer, qué Diosa. Y ella se cree tan poca cosa. Antes, cuando la inocencia vivía dentro de su corazón pequeñito, no sabía lo que eran las apariencias. Ah… la juventud y sus tigres hambrientos hacen despertar demonios. Pero me pregunto hoy. Qué hace en Brooklyn tan tarde, allí, over there, with her own little thoughts. Es un peligro andar con el pensamiento de compañía, tan tarde o tan temprano para comenzar a verse en el reflejo de los carros comunes estacionados en las calles estrechas. Qué crimen, el de ella, el de caminar con los pies tan delicados, y aún así, derrumbar la retina del que tiene la dicha de mirarla.
Ma’, mami, you drop something! Give me your number— el tipo sin dientes y pantalones paracaídas le grita desde el otro lado de la esquina.
La teoría ha sido comprobada: la mujer no puede ser mujer con la soltura que tiene un hombre de ser lo que es. Ella pensó en su body, en los comentarios que ha recibido de la familia: “muchacha, you are so damn fat”. Le vino a la cabeza la primera vez que le dijeron fea. El día que la vieron desnuda y le contaron cada estría, cada recuerdo, cada uno de los defectos que no parecían serlos antes de que los mencionaran. Le sacudió la voz. Llegaron en fragmentos las otras veces en que no era enough, muy poco. Las cicatrices tienen una manera de abrirse como estaciones de año y aparecer en la piel de la conciencia. Quiérete ya, así tú no puedes querer a nadie más, si tú no te quieres ni a ti misma—another voice ralla sus vainas. Todavía me pregunto qué haces allí, Brooklyn es arriesgado para ti. ¿Qué pasa si dejamos de querer a quienes le han quitado la única luz que tenían? ¿También tenemos que ser tan come solos y seguir arrebatándoles lo que les queda? La verdad que tenemos que revisarnos.
La última vez que le habían dicho “mami”, había sido el martes pasado cuando se puso un vestido fucsia que circulaba con el viento. Su cara lo dijo todo, la furia, el enojo, tanto así que sólo quizo quemar con malas palabras su alrededor. Corrió así a casa, tiró toda la ropa en el piso, y lloró un río, escuchó una bachata. A dominican thing, para ponerle sentido al dolor. Escribió un poema largo para luego leerlo voceando, lo encendió en llamas después que se encontró en uno de los versos. Desde ese día dijo que no aguantaría ser <la exótica>.
Brooklyn y la Luna se escondían en la sombra de los hipócritas, los hipsters, y los inmigrantes que ya no tenían dónde dormir. La noche era un espejo de alivio. Cruzó la calle con los botas sonando como guitarras de colores, sacudió el polvo de sus jeans, movió su cabello a la misma dirección del semáforo, amó cada rincón de sus diminutas piernas, y siguió el rumbo— ese que estaba construyendo para quererse más.
I am not your Mami, idiot— le gritó con todas las fuerzas que encontró debajo de su abdomen.
Al tiguere sinvergüenza no le quedó más que recogerse la lengua. Callarse. Hacerse el chivo loco. Seguir caminando sin mover sus creencias mundanas y callejeras.
Mabel, Jessenia, Maria, Janel, Marisol, Jennifer y tantas miles de otras que coexisten en ella se conformaron con saber que no habían ganado la guerra, ninguna, pero ya habían comenzado el camino para adueñarse de sus circunstancias y sí, también, de sus vidas… con sus labios carnosos buscando el horizonte, esa noche en Brooklyn.
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