La doña Ysabel, con un moño de bambú puso un caldero a calentar. Estaba frío. Un frío de esos viejos pero que siempre aparentan ser nuevos. Con el mismo cucharón que mueve el agua para el arroz, con ese mismo apacienta la picazón aloquetiao de su cabellera. Tal vez era un buen día para comenzar las resoluciones de tres años nuevos atrás como sacar de su apartamento todos los tientos que solo ocupan puestos y vainas complicadas como todo los resabios que guardaba en su corazón de guayaba.
Ay cuídame, cuídame con cada granito de tu santo cuerpo— le decía a su propio pecho. Pero de qué vale hablar si es de la boca pa fuera, un fuego de mosquito haciendo ruido y haciendo show. Si hubieras visto a la doña también le hubieras preguntado cómo es posible que huela a caña sin tan siquiera echarle azúcar al café por las mañanitas. Preguntarle cómo es que baila bomba sus eyes sin beber. Como es que se mantiene firme cuando el apartment está vuelto un caos.
La doña Isabelle, como le llaman los gringos, y ella los corrige repitiendo “Ysabel, y-sa-bel”, los pone al día. Abre el feibu pa ver quién se casó con quién detrás de la palma y quién cumple años. Le gusta leer las tazas, jugar gallos, masticar el tabaco. Es guardiana de santos, tiene una colección de plantas, y te guiña un ojo si te portas bien. Habla como un equipo de música en plena campaña política, nadie le puede probar que está sorda. Vive sola y acompañada, porque estar con uno mismo también es parte del aprendizaje.
Óyeme, la tipa es una dura, durísima. Su sombra tiene tanto caché que sale para las discotecas a escondidas. Pero su problema más grande le corta los pies, no la deja pensar. ¿Sabes lo que es estar asfixiado? Que cuando uno camina no es el cuerpo pero sí una pluma, que uno ya no conozca quién es uno planchando trapo y caminando más derecho, cuidándose la figura y hablando menos de política y más del color de los atardeceres. Eso le pasó a la comadre, quiso tanto amar que se volvió amor. Lo peor del caso es enamorarse de lo contrario de lo que uno no se merece. Enamorarse de la ilusión, de los apretones de cintura, la bachatica por las noches, la besadera, la idea de que el mundo no está jodido como uno piensa. Uno se pierde tanto en su burbuja que deja de hablar con la i del cibao, piensas que tu prima va a dejar el vicio, y que por fin, por fin tu padre va a dejar de decir malas palabras cada vez que se la cae una paila.
Pero my goodness, uno se pone bobo por tiempos. La doña se volvió abeja y se emborrachó con su propia miel. El problema de ser dulce es que el otro te encuentra amargo. El problema de dar es que uno nunca recibe. Se lo trataron de decir sus hijas, quitándole el mosquitero de rositas y erradicando la risita media rara que tenía la vieja cuando las recibía. Le guardaron la güira, le trajeron un priest pa que le quitara el mal cardo, le abrieron las ventanas y entró un reguero de pájaros con pantalones por el piso.
Ay Santa María, ¿cómo se arregla la vida? ¿Cuánto dura olvidar? ¿Hay remedio pa encontrar oficio? ¿Hay manera de poner la bacinilla en el sitio adecuado para no levantarse a orinar a medianoche? Nadie me responde, nadie tiene la decencia de decirme cómo quitar esa brujería y darle una patá a esa mala vibra. Ahí está la doña Ysabel, tal vez su nombre vino de España, pero nos cansamos de ser quienes no éramos y la hicimos dominicana, ahí está con su casa repleta de gatos vira latas, un moño torcido pero con base y palabras, ha acomodado su corazón roto con los muebles torcidos. Cuando cocina un moro con cristianos se le olvida el tiempo, como lo hizo hoy, con su olor a campo con guava.
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