No importa la piedra en la que depositas tu espíritu, tu entrega y tu salvación, cuídala cada día.
Habita en mi casa
Mora en mi casa. Ocupa un lugar en las esquinas más cerradas,
en aquello que se desmorona. Ser encontrado.
Cuando lo dispongas, y libera las ataduras de lo más oscuro
del hogar desde donde los ojos de lo finito se asoman.
Con tu cuidado, habita aquí, porque de lo contrario, me dejaré
vagar por la marisma de la duda. Mi oído explicando.
Lejos mis pequeños resentimientos, discutiendo con nadie
mientras sacamos la maleza que se ha asomado en el jardín.
Espero con manos cruzadas. Tus llaves de plata podrán desbloquear
las casas de los patriarcas. Todo en el hueso del evangelio.
Derrama sobre nosotros el agua blanda de tu lluvia. Construye
tu habitación dentro de nosotros, y házme olvidar lo perdido.
Cuando me apresure a cerrar la puerta, detén mi mano. Mantén
la compañía que tenemos. Presionamos la luz para que nada pálido.
No confundir tu sangre con la de otra cara. Ardiendo desde
mi centro, nada aplastará con óxido.
Dios sabe donde siempre se escurre el aroma del agua dulce en la roca.
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