Hay pueblos costeros que de cuando en cuando echan mano de sus tradiciones marineras y les conceden un espacio y un tiempo precisos para recordar su génesis.
Sobre el origen de la tradición de la botada a la mar de réplicas de veleros en honor a San Juan Bautista, co-patrono espiritual de los pescadores de la Isla de Margarita, Venezuela, cuenta el cronista de la ciudad de Porlamar (Isla de Margarita) Erwin Murguey Marín, que el 24 de junio “casi todos los pescadores se quedaban en tierra para rendirle honores; fabricaban botecitos con tacarigua (madera de balsa o boya) y los engalanaban con banderas y banderines, emulando a los de gran calado y los echaban a regatear invocando la protección del Santo, tal como si estuvieran faenando en alta mar”.
Son recuerdos que proceden de las vivencias del cronista durante su infancia en la población costera de Boca del Río, y de lo relatado por su abuelo paterno, Telésforo Marín, de profesión pescador y quien era propietario de una balandra llamada “La Gallarda” y de una piragüita llamada “La Gallardita”.
Con el fin de rescatar esta hermosa tradición, la Fundación Museo del Mar, con sede en Boca del Río, capital del municipio Península de Macanao, desde hace tres años organiza cada 24 de junio el Concurso de Réplicas de Veleros en honor a San Juan Bautista, que se desarrolla durante la mañana en Playa La Poza. Participan competidores provenientes de distintos municipios de la isla. Unos son profesionales de la carpintería de ribera, otros son aficionados, pero a todos los une un elemento en común: la pasión por las embarcaciones artesanales.
Las pintorescas piezas concursantes deben cumplir con ciertas condiciones para poder participar: tener hasta 80 cm. de eslora (largo de una embarcación); ser navegables a vela, sin importar el material con el que fueron creadas (generalmente algún tipo de madera noble) y llevar un nombre para ser identificadas durante la fase en que les toca navegar.
El público suele congregarse en el lugar del evento para observar de cerca las réplicas mientras están orgullosamente exhibidas sobre mesones y luego para disfrutar el momento de su breve pero emocionante travesía en solitario.
Son dos fases significativas de la competencia: la primera es para comprobar el nivel de fino acabado en sus detalles y la creatividad puesta en los elementos que se recuerdan como propios del modelo seleccionado para cada competencia anual: tres puños, peñero, goleta, balandra. Mientras que en la fase de navegación se certifica el dominio de la técnica de construcción. Allí no hay discusión que valga: ganará el barquito que con más audacia y valentía remonte las pequeñas olas y traviesamente ponga en apuros a su dueño, quien tendrá que salir ágilmente en su búsqueda.
Cuando se le consulta a Justo Rafael Reyes, carpintero de ribera y ebanista, sobre las diferencias que hay entre la construcción de las grandes embarcaciones artesanales y las réplicas de éstas, no duda al afirmar que los barquitos necesitan más dedicación. “Hay que ponerle más cuidado; una réplica lleva muchos detalles, pero como uno está haciendo el trabajo solo, se concentra más”, dice. El tres puños con el que compitió en el año 2014 lo hizo en veinte días. Los fines de semana la jornada era de diez horas. Cuenta que en esos menesteres el tiempo se le va rápido, escuchando vallenatos.
Anna Müller
@mullera66
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