Hay cuerpos que se rompen y mientras una hace lo imposible por enmendarlos, al mismo tiempo hay cuerpos que están naciendo bajo conjuros como la pasión, por ejemplo. O el erotismo, por nombrar otro brebaje. Hay cuerpos que de pronto levantan anclas y se echan al mar, mientras que algunos se encallan. Y siempre, o casi siempre, estos fenómenos ocurren por cosas tan nimias/fundamentales como el amor romántico. Con estos cuerpos me encuentro esta mañana en las páginas del libro “Cartas a un fantasma real”, de la autora de origen mexicano Lucía González. De origen, digo, porque como la información de contraportada afirma, Lucía es de muchas patrias y una de ellas resulta ser también Texas, donde he tenido el gusto de conocerla.
“Cartas a un fantasma real” es una obra con formato epistolar, trece misivas firmadas por “La maga” para su amante que dan cuenta de esta relación que surge por motivos laborales, de los continuos encuentros sensuales e intelectuales entre un hombre y una mujer; y que desemboca en la inevitable ruptura, una ruptura que se percibe desde la primera carta, un dejo a miedo que la narradora experimenta a la vez que alcanza niveles sublimes de placer. Y en ese punto se rompe este otro cuerpo compuesto por la pareja, en sincronía con el cuerpo de La maga, que se tulle, la mano izquierda se paraliza y cierra quién sabe si para siempre, en un último gesto de asir aquello que intuyó perdería.
Como lectora, vi una evolución entre La maga suelta, inasible, cortazariana, hacia una mujer que finalmente acepta su realidad de enamorada. Y pareciera ser que se librará a través de la escritura, -aunque tal vez sea mi propia necesidad de liberar a La maga de la invisible cadena- porque ha estado documentando los encuentros con misivas que decide enviarle al amante con posterioridad, cuando al amor lo ha liquidado la distancia. Quiero creer que los sueños de La maga se cumplen en tanto ella los ha escrito. Y eso me agrada, porque en este momento del libro, el sujeto del deseo que era esta mujer se me diluye en la confesión lastimera de la pérdida. Aquí se recupera a sí misma, eso quiero creer y lo hace a través de la escritura.
La mayoría de las cartas en el libro aluden a otros cuerpos también. Entre ellos, nos encontramos con Nabokov, y claro, su “Lolita” que muy bien viene al caso. Con Epicuro y sus enseñanzas hedonistas. Con Cortázar, no solo en el guiño a la gran (anti) novela “Rayuela”, pero también con el ondulante sonido del jazz que tanto persiguió el escritor argentino. Y, por contraposición, vemos una Maga que no es buscada, sino que es quién busca. Abundan además los cuerpos carnosos y chorreantes de las frutas, la prominencia del mango, la existencia de una tierra fértil encerrada en una cáscara. Y hay una sensación de cocinarse y cocinar al otro, en los sabores y los olores de ambos por sobre todos los sentidos. También me topé con el cuerpo de las aguas, del océano y la lluvia, y el deseo móvil, acuoso, que se desplaza del interior al exterior y de él a ella y viceversa.
En “Cartas a un fantasma real”, Lucía González se despliega en plenitud con su prosa poética, con bellas imágenes, con la sensualidad descrita en términos de nubes rojas que podrían sangrar, de luces encerradas en la palma de la mano, de saltos al vacío, con precisión y originalidad. Creo que esto es lo que más me cautivó del libro, por sobre la relación amatoria, fue la maestría de su pluma capaz de crear prodigios con la palabra.
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Crédito de Fotografías: Kristha Archila
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